La lucha diaria de Fredy


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La mañana despunta en este lugar, la posición del edificio hace que el sol matutino pegue de frente al mismo y produzca un espacio bastante cómodo, principalmente si la mañana ha amanecido fría. El recorrido de personas al mismo edificio es continuo y considerable, sin duda, un acierto inmobiliario, en términos de ocupación, un punto de confluencia de negocios.

POR JUAN JOSÉ NARCISO CHÚA

Las oficinas se encuentran llenas y la cantidad de empresas resulta impresionante, la cantidad de vehículos demuestra que se tuvo razón al construirlo y la generación de empleo también se evidencia con la cantidad de personas que se mueven en dicho espacio.

Fredy ya es parte de este entorno, él puede apreciar el tráfico de personas en el lugar; él es testigo de la cantidad de vehículos que se mueven; él puede dar fe de los negocios que han llegado; de aquellos que se han quedado; y de aquellos que se han ido.   Fredy, es una de las pocas personas que recibe el saludo de todo el mundo; es una persona conocida y apreciada.  Su sonrisa resulta agradable e invita al saludo, al coloquio casual y él es, tal vez, la persona más conocida de este lugar, pues todos lo conocen a él.

Todos los días asiste puntualmente a su lugar de trabajo, se mueve con dificultad por un problema en una de sus piernas y para movilizarse utiliza un par de muletas, ambas son diferentes.  Sin embargo, ahí está temprano en la mañana, Fredy probablemente cuenta con una de las sillas más conocidas en el edificio, pero contradictoriamente casi no la usa.

Yo lo veo solícito y amable iniciando sus labores diarias.  No escatima esfuerzo alguno, pero tampoco se arruga ante la demanda de trabajo.  Ahí está día a día, luchando y avanzando, luchando y generando ingresos para sobrevivir. Fredy empieza su día temprano en la mañana, a las cuatro se levanta para poder llegar a tiempo y después de un par de viajes en camionetas destartaladas arriba al lugar para iniciar su jornada.

No tengo la menor idea de cuántos servicios presta diariamente, pero seguramente tendrá la probabilidad de generarse ingresos para la sobrevivencia de él y su familia.  Cuando uno requiere de sus habilidades, presto está con su sonrisa y el periódico en la mano para que el cliente se sienta a gusto, lo invita a su silla y así inicia el remozamiento de todos los tipos de zapatos que se le presentan.

Como decía, es una de las sillas más cómodas, pero Leonel no la usa, contrariamente el utiliza sus banquitos para poder lustrar los zapatos, botas y botines de sus clientes, la plática informal y suelta sobre diversos temas se traba entre él y el cliente, él responde, él aprueba, él opina respetuosamente.  Al final del lustre, de nuevo la sonrisa y la expresión: ¡listo! y los clientes apuran el pago y se van, saludando a este sonriente amigo casual.

Así cada día, Fredy termina su jornada, vuelve a hacer el viaje largo que implica moverse del suroriente al nororiente de la capital, seguramente satisfecho de haber cumplido con su trabajo, reflexionando sobre los ingresos que serán exiguos para comer, pero tranquilo que ha llevado la comida a su casa.  En la noche seguramente Fredy, con la compañía de su familia, se siente feliz de poder llevar con su trabajo diario, unos centavos para proveer de alimentos a todos y después de saber sobre los avances de cada uno de los miembros de la familia, se retira a descansar, sabiendo que al día siguiente lo espera su silla, aquella que nunca usa y en aquél mismo lugar donde todos lo conocen y saludan.