Al escribir estas líneas pienso en el inmenso dolor que las familias afectadas por el fuerte sismo de ayer están pasando, sobre todo aquellos vecinos de los bellos departamentos de San Marcos y Quetzaltenango. Diferencias entre el terremoto del 76 y este movimiento telúrico hay muchas pero tal vez las principales son que la zona más afectada no cuenta con una población tan numerosa como las de regiones del centro y oriente del país que en aquella época fueron devastadas.
También es importante notar que de una manera u otra la lección del 76 fue aprendida porque al entrar al proceso de reconstrucción, que debido a la precaria situación económica de muchos tardó una buena cantidad de años, la población logró inferir que fuera de costumbres y cultura había que entender que estamos en una región de serio riesgo sísmico, por lo que reconstruir las casas de adobe y teja no era una muy buena idea. Claro, la belleza arquitectónica de muchos pueblos se fue por un tubo, pero la seguridad de las personas no tiene relación alguna con que se vea bonito el paisaje.
Lo mismo pienso cuando veo a una persona originaria de algún pueblo del interior usando tenis Nike a los pies de su hermoso traje típico y nunca falta quien diga cosas como que el imperio nos está robando hasta nuestras costumbres cuando habría que pensar el suplicio que puede suponer echarse 10 kilómetros al día con esos caites. Es pecado pedirle a la gente que para verse bonita a los ojos del turista use mecapal en vez de una moto china de la que logró hacerse después de trabajar como mula.
El asunto es que por suerte muchas personas que vivieron el terremoto del 76 aprendieron a precios carísimos la lección de la importancia de la seguridad en las construcciones. Quisiera pensar que estamos mejor preparados hoy que hace treinta y seis años, pero no me cabe duda que la pobreza sigue siendo nuestro mayor enemigo a la hora de enfrentar este tipo de catástrofes. Hoy en día el porcentaje de casas de adobe es muchísimo más bajo que en aquel entonces, pero existe un peligro que podría ser mayor porque hoy en día tenemos una enorme concentración de población en el área metropolitana del departamento de Guatemala y muchísimas personas viven al filo de barrancos sostenidos por nada. La gente no vive en esos lugres y bajo esas condiciones por necios, brutos o maleducados, la verdadera razón es que no pueden vivir en otro lado. Al menos en otro lado que les provea la cercanía necesaria para poder salir a la capital a ganarse el pan de cada día.
Definitivamente ha habido mejoras que nos permiten afrontar estos casos de mejor manera, pero no debemos descansar en seguir trabajando para que algún día lo único que realmente nos preocupe sean este tipo de eventos y no el rosario de problemas al que estamos acostumbrados a enfrentar día a día. Las mejoras están a la vista, entre toda la catástrofe y la lamentable pérdida de vidas existen puntos positivos que rescatar. El fluido eléctrico quedó casi restablecido totalmente en el mismo día del sismo, las telecomunicaciones nos permitieron dimensionar y empezar a atender la catástrofe casi de inmediato, las carreteras permitieron atender rápidamente a las personas que necesitaban ayuda urgente. En fin, muchas son las ventajas de ser un pueblo más desarrollado que en 1976 y definitivamente es éste desarrollo la mejor medicina, preventiva o curativa, para lograr superar estos momentos difíciles. Por ahora la Humanidad no tiene forma de predecir el momento, el lugar o la intensidad de los movimientos telúricos, pero estoy seguro que algún día llegaremos a eso, mientras tanto, hay que levantarse y solidarizarse con los necesitados, mientras seguimos luchando por alcanzar el desarrollo.