En una declaración que se difunde por internet, la vicepresidenta Roxana Baldetti dice que ella ha sido la principal fiscalizadora de los dos últimos gobiernos pero que se quedó corta, porque estando adentro se ha dado cuenta que la corrupción es un monstruo de mil cabezas. Yo creo que la expresión está confundida, porque la corrupción es un vicio que puede tomar mil y más formas, pero cabezas, es decir los cerebros que mantienen el sistema y la dirigen para sacarle provecho, no pasan de diez. Si uno quiere realmente fiscalizar y no hacer propaganda, lo que tiene que hacer es determinar cuáles son esas diez cabezas, a lo sumo, y entrarle de lleno al tema para corregir los vicios.
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Por supuesto que es más fácil que la cosa siga si nos entretenemos diciendo que es un invencible monstruo de mil cabezas, puesto que nadie le puede entrar a una situación tan compleja. Yo sostengo que el sistema está podrido hasta sus raíces y en ese sentido podría sumarme a la declaración de la Vicepresidenta por lo que se refiere a la dimensión del problema, pero considero que hay que determinar cómo funciona la cosa para darse cuenta que hay pocos que tienen el control de todos los hilos; pocos que realmente saben cómo se hacen las cosas y que van consiguiendo cómplices en todos los gobiernos, en todos los partidos, en todas las instituciones, en todas las empresas.
En Guatemala todavía se puede decir que nos conocemos. Basta averiguar quién controla al sector financiero, al de los fertilizantes, de las medicinas, de las telecomunicaciones, la minería y el contrabando para determinar por dónde va la cosa. Operadores hay mucho más de mil y posiblemente habría que contarlos por decenas o cientos de miles, pero cabezas, lo que se entiende por quien dirige toda una estructura que funciona a la perfección y dónde no se permiten fallas, esas son muy pocas y me imagino que la Vicepresidenta lo sabe perfectamente.
Lo que ha ocurrido con esas cabezas es que van consiguiendo en cada gobierno el cómplice perfecto para que se encargue de manejar las operaciones. Pero no se vaya a pensar que los que dan la cara, los que aparecen como responsables de los trinquetes, son los que los están haciendo. Siempre habrá alguien que acepte ser interventor de una empresa del Estado para hacer su negocio particular y quedarse con algo de plata, pero el negocio está manejado por esas pocas cabezas de las que hablamos arriba, esas cabezas que no figuran, que no salen en los medios de comunicación y que se van acomodando con increíble facilidad en todos los gobiernos.
Hay una anécdota de tiempos de Castillo Armas, cuando juró que metería al bote a un empresario muy famoso de aquellos días por largo y sinvergüenza. Al correr de los meses, ese empresario entraba y salía como Pedro por su casa de la Casa Presidencial y mi padre le preguntó un día a Castillo Armas qué había pasado, que cuál había sido la razón del cambio tan profundo. El entonces presidente, en tono de confidencia, le respondió que el fulanito era un perfecto sinvergüenza, pero que era realmente muy útil para muchas cosas.
Y así son esas cabezas determinantes, decisivas, las que realmente saben hacer las cosas y buscan a quién se las haga como debe ser. Para ello hay secretos en la administración pública porque tienen en sus nóminas a los mejores abogados, a los más expertos en la contratación con el Estado y a los políticos que tienen opción de poder. La madeja sí es enorme, porque han enrolado a medio mundo en el paquete, pero repito que las cabezas no pasan de diez, mucho menos pensar en mil.