Un Kennedy lidera debate migratorio


El demócrata Ted Kennedy, hermano de los asesinados John y Bob, encabezó el debate en el Congreso sobre la reforma migratoria, sin nada que perder y todo por ganar, a sus 77 años y tras casi medio siglo en el Senado, a diferencia de sus pares con aspiraciones presidenciales.


«Deberí­amos recordar que estamos escribiendo el próximo capí­tulo de la historia de Estados Unidos», afirmó Kennedy, en un solemne y emotivo discurso el lunes en el Senado, cuando llamó a sus pares a apoyar una reforma que regularizarí­a a los 12 millones de indocumentados que viven en Estados Unidos.

«Recuerdo esa responsabilidad cada vez que miro por las ventanas de mi despacho en Boston y veo las escaleras del puerto, donde cada uno de mis ocho bisabuelos pisó el suelo de este gran paí­s por primera vez», añadió, antes de entrar en la batalla por la aprobación de una controvertida reforma migratoria.

Kennedy no se olvidó de sus orí­genes irlandeses y recordó probablemente las dificultades experimentadas en carne propia por sus antepasados, transmitidas de generación en generación en una familia que simboliza el «sueño americano».

Cuando se implicó en la campaña por la regularización de los sin papeles, el pequeño de los hermanos Kennedy quizás haya recordado a su propio padre, quejándose cuando leí­a en la prensa de Boston que su hijo John, entonces candidato a la presidencia, seguí­a siendo presentado como un «irlandés»

«Maldita sea. Yo nací­ en este paí­s. Mis hijos nacieron en este paí­s. ¿Qué demonios tiene que hacer uno para convertirse en estadounidense», saltó indignado Joseph, casi un siglo después que el primer Kennedy llegara a Estados Unidos.

Casi medio siglo después, Kennedy lucha por la regularización de inmigrantes que se preguntan lo que tienen que hacer para poder vivir sin miedo a ser deportados de un paí­s en el que trabajan sin parar, pagan sus impuestos y tienen hijos que van a la escuela y dominan el inglés como cualquier norteamericano.

Kennedy, eterno defensor de los derechos civiles y de los derechos humanos se involucró personalmente en las marchas multitudinarias de indocumentados del pasado año y les habló desde la tribuna, mientras resonaba el tradicional «El pueblo unido, jamás será vencido», en español.

Pese a su fama de izquierdista ganada a pulso, para lograr el apoyo más amplio posible, el senador se alió a republicanos muy alejados se sus ideas polí­ticas y hasta la Casa Blanca, que critica casi a diario.

Hace un año, presentó con el republicano John McCain (Arizona) un proyecto que no prosperó. Este año, volvió a la carga con el otro senador republicano de Arizona, Jon Kyl.

Kennedy logró que el proyecto de ley incluyera la regularización de los indocumentados que llegaron antes del 1 de enero, aunque tuvo que conceder a los republicanos medidas estrictas en la frontera y que los futuros empleos temporales no incluyeran un acceso directo a la residencia.

«Este proyecto no es perfecto», reconoció en varias oportunidades, aunque sin aflojar, frente a la oleada de crí­ticas lanzadas tanto por parte de los republicanos, que denuncian una amnistí­a, como de su propio partido que juzga el proyecto insuficiente y de muchas organizaciones hispanas.

Además de su peso polí­tico y su influencia, Kennedy tiene la gran ventaja de no tener nada que perder, a diferencia de otros pesos pesados del Senado como McCain o los demócratas Hillary Clinton y Barak Obama, que se abstuvieron el lunes en la votación sobre la apertura del debate sobre la reforma.

El venerable senador de Massachusetts está cumpliendo su séptimo mandato en el Senado, no tiene ninguna ambición presidencial y, a estas alturas, su carrera polí­tica ya no puede ser afectada por un tema tan sensible como la inmigración.

Por el contrario, si la reforma es aprobada, Kennedy podrá ser recordado por millones de futuros estadounidenses como la persona que ayudó a incluirlos en el nuevo «capí­tulo» de la historia de su paí­s.