Don Bosco, sus hijos estamos aquí: Bendíganos


Bartolomé Ambrosio nació en Cuneo, Italia, el 14 de agosto de 1917; y partió al cielo desde su segunda patria: Guatemala, el 22 de agosto del año en curso. En la edad de las ilusiones principia a realizar el sueño que desde niño albergaba y se enrola con la familia salesiana, aplicando para misionar en el continente americano.

Leonel Estrada Furlán


Luego de sus primeros estudios en tierras salvadoreñas,  viene a la Nueva Guatemala de la Asunción  y se instala en el colegio Santa  Cecilia ubicado en la loma donde hoy se yergue el Salesiano Don Bosco.
El uno de noviembre de 1947 es ordenado Sacerdote  en el templo dedicado a María Auxiliadora en el hermano país cuscatleco;  y, a la usanza del Santo Hermano Pedro,  pronostica que Guatemala  será su patria  para   siempre. Los sesenta y cinco años que ejerció su ministerio sacerdotal  los compartió entre las parroquias de la Divina Providencia y Sagrado Corazón de Jesús, desde las cuales desplegó una infatigable obra  pletórica de servicio y  amor al prójimo, que  lo dibujó como incansable en el confesionario y propulsor del amor a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Santo Padre. Su labor educativa en las aulas fue un fiel testimonio de la aplicación del Sistema Preventivo de don Bosco. Su proyección a la comunidad es inconmensurable: niños bautizados,  primeras  comuniones, matrimonios, visitas a cárceles, hospitales, funerarias, bendición de casas. 
¿Cuántas  veces lo vimos anochecer en ambientes rurales, desplazarse por veredas polvorientas, en aldeas  sin energía  eléctrica, llevando  la Palabra y el cuerpo de Cristo a los necesitados?
Acompañarlo  a visitar  enfermos   era un regalo divino, pues se sentía la presencia del Espíritu Santo. Atender  a algún paciente en un  centro de salud público o privado rompía los horarios planificados, pues era tanta la felicidad que reinaba en el lugar, que  hasta los no católicos se le acercaban para saludarlo y recibir una palabra de consuelo y la bendición del Todopoderoso.   
En un sabio gesto de humildad salesiana  siempre estaba dispuesto a servir. Muchas promociones de antiguos alumnos se acercaban  a manifestarle su agradecimiento y gratitud. En  los últimos años fue  designado para enarbolar nuestra insignia patria en un acto cívico organizado por una institución bancaria; el Centro de Formación Profesional, atendido por antiguos alumnos, fue nominado con su nombre; y en  mayo del año en curso cambió la Rosa de la Paz en el Palacio Nacional de la Cultura.
Con la tristeza por su desaparición física, pero con la alegría de tener un intercesor en el cielo, miles de personas de todos los estratos sociales hicieron acto de presencia en la velación y conducción  de sus restos mortales,  dando un último adiós  al Santo Varón, benefactor de la obra salesiana en Guatemala.