La destrucción de las Torres Gemelas provocó una nueva era del mundo


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Nos encontramos en la vecindad del XI aniversario del derribamiento de las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York, espantoso acto terrorista perpetrado precisamente el fatídico 11 de septiembre del 2001 por desalmados fanáticos musulmanes que seguían como la sombra al cuerpo, cumpliendo siniestras órdenes del ahora difunto Osama bin Laden.

Ese hecho atroz dio inicio a una nueva era del mundo y ha originado una larga serie de medidas adoptadas a tono con las circunstancias por los Estados Unidos de América y sus aliados.

Marco Tulio Trejo Paiz


El mencionado país norteamericano, que es la única superpotencia mundial, es el paladín de los derechos humanos; pero, obligado por la grave situación, tomó la trascendental e histórica decisión de declarar la guerra total al terrorismo mundial y, consiguientemente, imponer restricciones a las libertades civiles, por lo que se está ejerciendo una vigilancia y un control asaz estrictos, extraordinarios, de emergencia, en cuanto a los inmigrantes y habitantes mahometanos inmersos en las diabólicas acciones terroristas del fundamentalismo islámico.  

Fueron cuatro aviones los que utilizaron los conspiradores islámicos para estrellarlos contra las emblemáticas Torres Gemelas, aviones repletos de pasajeros de los que se apoderaron en pleno vuelo para cometer las atrocidades. Dos de ellos impactaron terríficamente en dichas torres monumentales que, a ratos, parecían besar las nubes en la portentosa urbe neoyorquina situada, valga decir, en el palpitante corazón financiero del planeta.

Un tercer avión fue a estrellarse contra el edificio del Pentágono y, el otro, o sea el cuarto, por humanística, patriótica y oportuna intervención de algunos pasajeros, según se supone, fue a caer en lugar donde no causó muchos destrozos; pero, eso sí, murieron los tripulantes, numerosos pasajeros (hombres, mujeres y niños) y, desde luego, los terroristas autores del catastrófico asalto en el aire. A lo mejor había sido destinado (el cuarto aparato) a derruir el Capitolio o la Casa Blanda, sede del gobierno de la nación más poderosa del mundo.

La sociedad mundial, en su gran mayoría, condenó y sigue condenando el apocalíptico suceso que ha afectado a muchos países del campo libertario-democrático, aun a los que tienen refugiados y muy campantes a los desenfrenados bandoleros terroristas que vienen siendo como los buitres con los picos ensangrentados. Más bien puede considerárseles como bestias salvajes de dos patas chorreando sangre de los hocicos.

Hizo bien el entonces presidente estadounidense, George W. Bush, en actuar como actuó, para perseguir, capturar, enjuiciar y matar como a Bin Laden, si ese fuere el caso, a los hijos de Satanás que han sembrado el terror en las naciones de todos o de casi todos los continentes.

¡Quiera Dios que termine para siempre la era de violencia, de terror, de los tiempos tan difíciles que se están viviendo! ¡Quiera Dios y los humanos –recalcamos–, amantes de la libertad, de la seguridad y de la genuina democracia, que en vez de zozobra, de temor y de miedo, los terroristas rectifiquen su macabra conducta para que todos los terrícolas podamos vivir en paz, dedicados al trabajo edificante con tranquilidad y felicidad apuntando a un futuro mejor, promisorio! ¡Que así sea!