Quise hablarte por teléfono y a falta de otro medio, te hago llegar mi felicitación por tu artículo «Lleno de orgullo como si fuera uno de mis hijos».
Aun cuando hace ya mucho tiempo que los años me apartan de la vida activa, el triunfo de Diego también me toca en cuerdas íntimas, aun cuando no haya tratado a los muchachos. Pero resulta que a su padre, Alfonso, lo conocí y aprecié enormemente, especialmente en la Fundación del Centavo, y su trágica muerte fue algo terrible, ya que desde nuestros años mozos me unió al abuelo de Diego, Antonio Aycinena Arrivillaga, una amistad tan estrecha como la que hasta su muerte mantuve con su primo hermano, Luis Aycinena Salazar, ambos realmente primos de mi madre, pero que siendo de mi misma generación, nos hizo tratarnos como su fuésemos realmente primos, a más de amigos, en la mejor de sus acepciones.
Tus observaciones sobre los éxitos académicos de Diego son de lo más atinadas, pues ello nos hace pensar que son muchos los talentos que pierde el país, no sólo en la fuerza laboral que emigra, sino en quienes se abren paso en el extranjero por sus logros personales y académicos. Resulta pues insólito el caso de un Rafa Espada, que regresa a aventurarse en el proceloso mar de la política y deja una práctica hospitalaria formidable. Comparto así con Emy, su orgullosa y bella madre, el triunfo de Diego; y hago votos porque Diego pueda dar a su patria los frutos de su estupenda preparación.
Cordialmente,