Se dice que el medio de mayor penetración es la radio, tanto por su cobertura como por la facilidad de acceso a ese medio. De los transistores pasamos a la frecuencia modulada y luego directamente al streaming, lo cual permite no solo escuchar sino ver la radio, y no solo la del país sino la de casi cualquier lugar del globo. A pesar de la brecha tecnológica, la radio seguirá reinando en un país que reúne en su historia, al menos tres realidades: diversidad cultural, herencia de imposición colonial y represión política.
Hace tiempo que el Estado perdió poder sobre su legítimo derecho de uso de las frecuencias radio eléctricas, a manos de los mercaderes monopólicos que convirtieron las emisoras en verdaderas vitrinas de compra y venta de mil baratijas; las cabinas y los micrófonos se han convertido en plataformas para la sublimación del yo alienado y reprimido, así como en altavoces de la decadencia o exaltación del conservadurismo religioso bajo el avivamiento de los locutores, cual pastores de iglesias radiales que prometen un pedacito de cielo si usted envía la palabra clave vía mensaje de texto. Esto a su vez le permite al dueño medir el promedio de audiencia. El espacio radial pues como sabemos, también es un bien privatizado a pesar de lo que dice la Constitución. Los micrófonos han dejado de ser instrumentos para el debate libre de las ideas como tampoco son fuente de conocimiento. Esa era la función de las otrora radios nacionales que hoy día son raras frecuencias en extinción, sea por la falta de presupuesto de las arcas del relegado ministerio de cultura, salvo si es el año del fin del mundo; o porque terminan siendo plataformas oficialistas del discurso gubernamental. Esos son los casos de Radio Faro y de TGW. Casi todo el espectro de FM, desde el 88.0 hasta el 107.9 se ha convertido en estantería comercial radiofónica. Oigo luego consumo, ese es el mensaje subliminal de la masa radioescucha que además de saludar a la madre o al novio, quieren atención y terminan comprando; todos ellos objeto de los hábiles locutores que seducen literalmente a hombres y mujeres. Los programas de la mañana o de la tarde noche son los mejores momentos para inducir al participante para que llame, que envíe un texto, que pida una complacencia, es el momento de capturar clientes. Esa relación que se establece entre locutor y radio oyente es una verdadera mina de oro que refleja lo que somos, lo que aspiramos y lo que odiamos, revela las características de la compleja identidad. El valor de lo que se dice al aire bien podría ser el campo de práctica de investigación de cualquier estudiante de sociología, sicología o antropología, para sistematizar las contradicciones de la cultura, de la problemática social o del pisque colectivo de los guatemaltecos. El dial de la decadencia empieza temprano con una avalancha de insultos racistas, clasistas, homofóbicos y machistas de tres tipos que se hacen llamar los tres ratones. A la misma hora en una radio más añeja, otros tres locutores en una versión clásica que los anteriores, improvisan dos horas de alegorías del pasado, añoranza del consumo de antes y saludos para cualquiera. A media mañana, en el periodo más bajo de audiencia, el formato que impera es la improvisación de locutoras jóvenes que promueven la cooltura de la nada. Por la noche usted puede hacer un verdadero estudio de acoso radial a través de diversos micrófonos que subliman la represión sexual conservadora. El dial y la noche se completan con noticias y deportes que reportan una sociedad corrupta y violenta.