Llegan las flores de septiembre y adornan abundantemente las aceras de nuestras ciudades. Son de color azul y blanco, otras de celeste y blanco, algunas aqua y otras de celeste verdoso. Agitan al viento sus pétalos en manos de vendedores en los semáforos. No brotan esas flores por las lluvias del avanzado invierno sino que surgen por el sentimiento patriótico.
Son los estandartes que anuncian el advenimiento de la conmemoración patria, de ese día simbólico consagrado para manifestar esa devoción por nuestro país de la misma forma que el 10 de mayo se dedica a las madres, el 14 de febrero al cariño o el primero de noviembre a los difuntos. Son fechas alegóricas y emblemáticas donde se concentra ese amor o recuerdo que debe mantenerse latente por los restantes 364 días del año. En nuestro país, y en Centroamérica se estableció este día en atención al Acta de Independencia. Pero ¿realmente esa fecha es la más propicia? La referida Acta no es un abierto desafío en contra del dominio español. No es una temeraria declaración de guerra. No conlleva una rebeldía política y militar en contra del imperio colonial. Por el contrario es una obra maestra de la imprecisión y del cálculo político. Cualquiera que se tome la molestia de leer dicha Acta podrá percatarse, a los primeros párrafos, que es una declaración condicional y que no toma la responsabilidad de sus consecuencias. Por el contrario, por una parte, carga la responsabilidad a “los ayuntamientos constitucionales de Ciudad Real, Comitán y Tuxta en que comunican haber proclamado y jurado dicha independencia”. Léase: si algo sale mal los incitadores fueron ellos. Por otra parte traslada la resolución final de la Independencia a “un Congreso que deberá formarse”, para el cual convoca a los diputados de las provincias. En todo caso la primera decisión no fue una expresión de la estrenada libertad; decidimos la anexión al Imperio de Iturbide. Es por eso que la verdadera independencia, como región centroamericana se dio en 1823 y como estado independiente en 1847. Traigo a colación los anteriores registros históricos porque en esos hechos radican los cimientos de nuestra nacionalidad; un sentimiento muy tibio, casi frío. No es de extrañar que ese patriotismo no esté bien arraigado pues encuentra sus primeras raíces en una declaración de independencia que no lo fue; en considerar como valientes héroes y próceres a muchos personajes que realmente no lo fueron (poco entusiasmo han despertado a los largo de los años sus pretendidas hazañas). Después, no tenemos ningún presidente de quién presumir (como Washington, Lincoln o Benito Juárez), por el contrario, a la mayoría de ellos los vilipendiamos como dictadores. Prácticamente no tenemos héroe nacional pues Tecún ha muerto por segunda vez, además era un indígena y fue un perdedor y acaso un personaje legendario, no real. Esto nos deja con una pregunta ¿qué héroes públicos tenemos? El azul de nuestra bandera que debe ser firme y uniforme fue reformado por un celeste que no es un color parejo ni siquiera en instituciones oficiales; en todo caso ondean las banderas de los dos colores y confunden nuestro sentimiento. El quetzal es un ave simbólica que tuvo un significado místico para los mayas que no hemos podido descifrar; no es un ave rapaz ni agresiva y vuela apenas sobre la copa de los árboles y no se eleva a las alturas del “cóndor y el águila real” (como dijo un expresidente que era imposible que volara más alto que esas aves). En pocas palabras no hay asideros y se han abandonado los elementos que solidifican un concepto de nacionalidad tan necesario en esta Guatemala muy querida. Por eso han venido fallando los gobiernos de turno en desplegar esfuerzos para reconstruir y fomentar ese sentimiento. Proyectos nacionales bien dirigidos y estudiados; algo así como los gringos o los mexicanos (y hasta los salvadoreños) donde se realza, a veces casi se exagera, el nacionalismo. No basta con memorizar los símbolos patrios, hay que contagiar ese nacionalismo. Los jóvenes que portan las antorchas quieren gritar a pleno pulmón ese amor por su tierra.