Me encontré un amigo, y confesándose asiduo lector de estas columnas, preguntó: ¿Cómo denominar a la sociedad en que vivimos: de la información o del conocimiento? La respuesta es compleja, porque no es simplemente una simple cuestión de términos; pasa por entender el concepto que define nuestra relación con la tecnología.
Luis Joyanes Aguilar, autor de Cibersociedad, los retos sociales de un nuevo mundo digital, afirma que el cambio experimentado en el mundo, se basa en el nuevo recurso económico y cultural de hoy: la información. Consumir información iguala a todos los países, mientras que producirla requiere el desarrollo de sectores de tecnologías de punta.
Para este pensador español, la revolución que produce la información, genera otro pilar clave: el conocimiento, que algunos llaman saber. Y a la vez, acude a Drucker señalando que el factor de producción totalmente decisivo ha dejado de ser el capital o el suelo o la mano de obra, ahora es el saber. En lugar de capitalistas y proletarios, las clases de la sociedad postcapitalista son los trabajadores del saber y los trabajadores de los servicios. La sociedad del saber se apoya en la educación como motor central de la misma. Preguntémonos entonces: ¿cómo es nuestra educación, cómo nos estamos educando? ¿Inmersos en la nueva sociedad del conocimiento o la tradicional sociedad agraria, semialfabeta y enclavada en el siglo antepasado?
En este siglo XXI, el referente histórico capital-trabajo, ha sido substituido por el de información-conocimiento, pero esta unidad tan estrecha, pasa por comprender con lucidez la revolución de la tecnología informática que está cambiando al mundo y de la cual las generaciones presentes ya no son actores pasivos. Un estudiante de cualquier universidad de mediano tamaño en América Latina, domina estas tecnologías y cada cierto tiempo exige más conectividad, capacidad de almacenamiento, rapidez y más aplicaciones.
Las empresas han logrado ingresar muy eficientemente a este campo, haciendo de las plataformas de Internet, un medio para comerciar e intercambiar productos y servicios, a cualquier hora del día o de la noche. El trabajo mismo ha venido a convertirse en un esquema completamente distinto al que tradicionalmente estaban acostumbradas las anteriores generaciones. La información vuela de teléfono a teléfono, de tableta computacional a otra (en segundos) En algunos países, los dispositivos electrónicos concentran a multitudes que protestan por alguna situación que no les parece, en minutos, frente a los centros característicos de poder. Y así –también- se disuelven, en segundos. Es la nueva comunicación virtual: pero son las capas medias y altas de las sociedades postindutriales. Y, por otro lado, si las fronteras físicas de la Unión Europea han desaparecido por completo, de igual forma en Internet han desaparecido las fronteras del espacio y tiempo… situación que habría vaticinado McLuhan, en su Aldea Global: una sociedad digitalizada, multimedia, cyberconectada.
El problema se entiende porque en algunos países periféricos o de escaso desarrollo, continuamos viviendo, en un mundo muy distinto todavía. Seguimos siendo países subalternos. Hay países muy desarrollados; otros estamos como estancados, muy atrasados. Y si se vuelve la mirada escrutadora a las estadísticas del acceso a los servicios de Internet, en Guatemala, el nivel de penetración no alcanza el 16% de la población, es decir una minoría: de cada diez ciudadanos, más de 8 no acceden a este instrumento tecnológico de la posmodernidad. ¿De cuál sociedad de la información y el conocimiento puede hablarse en estas latitudes con mayorías empobrecidas, marginadas? Talvez, para esos 2.280,000 chapines conectados constantemente a Internet sí es factible aplicar este término (a medias)… pero no para más de 11 millones de guatemaltecos, que todavía viven en el premodernismo, como dijo recientemente Mario Roberto Morales.