Actos perversos


Solo había transcurrido un año desde el final de la Segunda Guerra Mundial con todos sus horrores y su cúmulo de tragedias que incluyeron el exterminio de millones de personas en los campos de concentración, así como aberrantes experimentos practicados, principalmente, en contra de judíos,  realizados por médicos nazis como Fischer, Wirths, Rascher, Brandt y Mengele, entre otros,

Augusto Hernández
Ced. B-2 26443


Cuando un émulo de estos llegó a Guatemala con la venia de sus superiores, dispuesto a trastocar sus conocimientos científicos en investigaciones que rayaban en auténticos actos de crueldad, cuya población objetivo eran cientos de seres humanos vulnerables e ignorantes de lo que les ocurriría. Experimentos que disfrazados con los ropajes de la ciencia se hicieron en la Guatemala lejana de los años 40, ante la imposibilidad de ser realizados por la magnitud de sus implicaciones en los Estados Unidos, y lo que es peor y frustrante, facilitados por autoridades sanitarias locales. El médico era el doctor John Cutler.

Básicamente se trataba de infectar y lograr la transmisión de sífilis, gonorrea y cancroide, todas consideradas enfermedades de transmisión sexual, a reos, prostitutas, enfermos mentales y conscriptos, en una época en que estas infecciones aún no tenían un tratamiento eficaz, y la posibilidad de desarrollar complicaciones y secuelas era latente. Aunque aparentemente se administraron medicamentos a la mayoría, hubo quienes únicamente recibieron un tratamiento parcial, mientras que a otros no les dieron ninguna terapéutica. En alusión a lo anterior, es posible afirmar que estas enfermedades hasta el día de hoy causan importantes daños a la salud, y tienen capacidad para afectar de manera permanente el organismo humano. Esterilidad, demencia, complicaciones cardiovasculares y muerte, son posibles con la gonorrea y la sífilis.

Ninguno de los responsables de esos actos, ni los superiores del doctor Cutler, podrían en su momento, ni después, haber alegado ignorancia, porque al realizar investigaciones en salud y existir fondos públicos comprometidos, el diseño y la implementación de un estudio deben aprobar estrictas normas plasmadas en protocolos muy detallados, donde no se deja nada al azar. Así, y lamentablemente, el financiamiento para esos experimentos tuvo su origen en los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos, lo que significa que mientras se llevaban a cabo los juicios de Nuremberg, y se acusaba a altos jefes militares y responsables médicos de la Alemania nazi por actos criminales contra la Humanidad, se ejecutaban en Guatemala experimentos tan perversos como los que allá se juzgaban, demostrando con ello que se utilizó una doble óptica para apreciar los hechos y sopesarlos, elaborada con una buena dosis de hipocresía y cinismo, enclavada paradójicamente en una serie de estructuras e instituciones orientadas al cuidado de la salud. Estos dobles raseros siempre serán preocupantes en cualquier lugar, y representan, además, banderas rojas en sociedades democráticas. Por esa razón, es posible imaginar a aquellos científicos y funcionarios, que al encontrarse en los laboratorios con sus impecables batas blancas, o enfundados en elegantes trajes deambulando por los brillosos pasillos de los edificios gubernamentales, se guiñaran el ojo a manera de santo y seña, comprometidos y cómplices en un código secreto, a sabiendas de los actos inicuos que cometían.

De qué manera o cómo justificar tan deleznables hechos, que por su naturaleza maliciosa en ningún momento podrían ser llamados experimentos científicos, es difícil de explicar. Pero cabe aquí una consideración, y es que todos los principios éticos y morales, fueron lanzados por el retrete, sin ningún escrúpulo.

Hoy, han transcurrido más de 60 años de esa tragedia, pero no debemos olvidar a esos guatemaltecos, seres humanos todos con un nombre y una historia cada uno de ellos, que fueron tomados como conejillos de experimentación, despojados de su dignidad y usados como sujetos de escaso valor, merecedores de toda una suerte de males, según el pensamiento avieso de individuos aparentemente ilustrados y bienhechores.