En Zacatecas, la letra e puede costar 9 mil pesos. Carlos Salmón, un hostelero simpático y cuentachistes muy aficionado a los toros, tuvo que pagar tal cantidad -unos mil dólares al cambio- por haber escrito restaurant sobre la puerta de su restaurante.
La culpa de tan dura medida la tiene Federico Sescosse, un ex banquero que a sus 81 años sigue velando porque la ciudad repela los extranjerismos y no muestre ni un solo cartel luminoso: farmacias, panaderías, supermercados, cines…, todos los establecimientos zacatecanos se anuncian con pulcra caligrafía sobre sus fachadas de piedra.
En ningún lugar se lee boite, snack, parking o Emiliano’s bar. (Sescosse emprendió en 1964, como presidente de la Junta de Monumentos Coloniales, una cruzada estética que se llamó así: «Campaña de Despepsicocacolización»).
Y es en esta ciudad mexicana tan peculiar, tan defensora del español, donde Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, propuso la supresión de los acentos, un distinto uso para la zeta y la ce, para la ge y la jota, la desaparición de la uve y de la hache y el exterminio de la cu y la ce.
Sescosse, descendiente de un abuelo vasco francés, es el primero a quien no le hace ninguna gracia la propuesta del escritor colombiano. «Eso sería un esfuerzo ingente para no ganar nada. Sería abandonar el español tradicional que todos conocemos para hacer una especie de esperanto. Y el esperanto no tuvo éxito porque nadie lo amaba».
Tomado de www.elcastellano.org