Ni loco regreso a mi paí­s


Bandera. Un hombre ondea por debajo una manta, con la bandera de los paí­ses latinoamericanos, durante una manifestación en Los íngeles, en favor de los inmigrantes.

En El Mercado, un auténtico rincón de México en el este de Los íngeles, más del 80% de trabajadores y consumidores son indocumentados como Francisco, un carnicero separado de su familia desde hace cuatro años para quien el proyecto de reforma migratoria «no soluciona nada».


«No sé todo lo que dice el proyecto, pero sí­ estoy seguro de que ni loco regreso a mí­ paí­s a pedir visa para volver a Estados Unidos. No me la van a dar», afirma este joven de 27 años que en 2003 cruzó caminando por Arizona (oeste) pagando 3.000 dólares a un «coyote» (traficante de indocumentados) y dejando a su esposa y dos hijos en su ciudad mexicana de Tabasco.

Mientras limpia de sangre los cuchillos, Francisco Giménez confiesa que muchas veces ha querido regresarse, «pero aquí­ es donde hago dinero y puedo enviar 400 dólares al mes a mi familia».

Este carnicero admite saber «lo que más me interesa de esa ley: si tengo que salir del paí­s, si puedo traer mi familia sin los peligros de la frontera o si puedo arreglar mis papeles sin tener que abandonar el trabajo» en uno de los barrios más pobres de la metrópolis californiana.

Allí­ el 100% de la población conforma un puzzle de minorí­as donde la más grande es la latina, como en el resto de Estados Unidos: 44,3 millones de personas.

En los alrededores de El Mercado hay decenas de fábricas textiles, «ahí­ es donde quizás se van a venir las redadas, no aquí­, en los negocios pequeños», advierte el patrón de Francisco, José Luis Rojas.

Rojas es otro mexicano de 46 años que llegó como campesino en los años 80 y en 1986 se benefició de lo que muchos conocen como «la amnistí­a de Reagan», el extinto presidente republicano que concedió permisos de residencia a los indocumentados de entonces, cuando eran menos de la mitad de los 12 millones que hoy viven en Estados Unidos.

«Ya ahora soy ciudadano, por eso es que le digo a él y mi otro trabajador (también sin papeles) que tengan paciencia», indica Rojas agregando que requisitos como aprender inglés y estudiar para obtener un permiso de residencia permanente «es bueno para que nos superemos».

En eso coincide la mayorí­a de las personas consultadas, aunque consideran «muy caro» la multa de 5.000 dólares que establece una de las iniciativas de la reforma migratoria.

«Si me aseguran que me dan permiso laboral o residencia yo lo pagarí­a, pero sin salir del paí­s. Al final es lo mismo que cobra ahora el coyote por pasarte», comentó Sifrido Villalta, salvadoreño mientras comí­a un tamal.

«Yo gano 1.000 al mes lavando automóviles, tengo 12 años ilegal, quiero ir de visita a mi paí­s y no puedo, ¡claro que quiero optar por una visa de residencia!, pero ojalá que nos den facilidades para pagarla y no multen o castiguen a nuestros jefes», ruega Villalta.

Este limpiador de autos dice que leyó en la prensa sobre el sistema de permisos de residencia permanentes que cambiará a un sistema de puntos basado en méritos: «me tocará estudiar inglés», exclama.

En el caso de los inmigrantes ilegales que están en Estados Unidos desde antes del 1 de enero de 2007, el proyecto crea una visa denominada «Z» pero deben demostrar que tienen empleo y pagar una multa de 5.000 dólares. De ahí­, podrí­an aspirar a una residencia en el futuro, pero aún no está claro si también para ello deben salir de Estados Unidos.

«Yo no podrí­a pagar 5.000 dólares sin facilidades», dice Rocí­o Linares, una joven de 21 años que desde hace 12 años vive sin papeles en Los Angeles y no puede seguir los estudios «de medicina» que le gustarí­a y se conforma vendiendo en una farmacia donde no faltan hierbas mexicanas y antí­dotos chinos.

En El Mercado, en los autolavados, a las salidas de las fábricas y restaurantes, a todos los une un mismo miedo y determinación: «Si regresamos para regularizarnos nos dejan (fuera del paí­s), esa no es una opción».

«Las visas temporales para las familias que estamos acá no sirven ¿Cómo vamos a dejar a nuestros hijos y esposas con su vida hecha aquí­? ¿Quién va a pagar los bills (las cuentas)? ¿Quién nos guarda el trabajo?», se interrogó Villalta, con quien coincidí­an inmigrantes con o sin documentos.

«Los permisos temporales son para los que quieren venir a Estados Unidos, no para nosotros que ya estamos, y la verdad es que si un campesino viene con permiso de 10 meses después va a quedarse como indocumentado por sobrevivencia», advirtió Francisco, antes de cortar otro trozo de carne, siguiendo su rutina de 10 horas y 60 dólares diarios, seis dí­as a la semana.