El hada


Eduardo-Blandon-Nueva

Facebook es el lugar donde se encuentra lo perdido: enemigos, exnovias, enamoradas del pasado, amigos de antaño, y desconocidos que dicen ser familiares. “El milagro Zuckerberg” es una caja de sorpresa. Usted se levanta relajado, de madrugada como es mi caso, y se encuentra con correspondencia diversa, manitas optimistas mostrando aprobación o gente en busca de amistad. La página social difícilmente deja indiferente.

Eduardo Blandón


El otro día me hallé con un correo de Magaly, la primera mujer que tocó las puertas de mi corazón e hizo alterar mi ritmo cardíaco. Mi relación con ella fue la habitual: mozuelo con 10 años que siente mariposas con tan solo ver la beldad, pero a la que jamás le confiesa el sentimiento por razones de timidez, edad y hasta candidez.

“Hola Eduardo, ¿cómo estás? Te saluda Magaly, tu vecina de infancia, la niña con la que jugabas y te gustaba tanto hacer reír. Fíjate que vagabundeando por la red me preguntaba dónde estarías, con quién vivirías y qué hacías y me di a la tarea de buscarte. Entre tantos “Eduardo Blandón” (no sabía que era tan común tu nombre y apellido), te encontré y no he dudado que el de la foto eras tú, aunque los años, si quieres que sea honesta, han sido inclementes y no te han perdonado”.

Magaly, era una niña delgada, blanca, alta, con una sonrisa que inundaba el universo y me hacía atisbar la existencia de un Dios perfecto. Ella andaría por los 9años, pero cuando nos dejamos de ver tenía 12 cumplidos. Recuerdo morir cuando me dijeron que la operarían del corazón, algo tenía el hada de los cuentos infantiles, y que estaría ausente por algún tiempo. Al regresar de esa temporada que sentí eterna, le pregunté si era cierto que la habían operado del corazón y ella, con la inocencia que solo una pequeña de aquel tiempo podía tener, desabotonó su camisa y me mostró su pecho para mostrarme la evidencia. Aún recuerdo esa marca infame.

 “Quise escribirte porque aunque estoy casada y vivo feliz con mi esposo y mis dos hijos, no quiero morir sin contarte el secreto que he guardado sigilosamente en la intimidad de mi alma. ¿Sabes que fuiste mi primer amor y que estrenaste mi corazón? No te culpo si en esto también eres ignorante, nunca he sido muy dada a lo explícito y el juego del escarceo nunca fue mi fuerte. No te pregunto qué sentías por mí porque lo tuyo era más evidente: siempre atento, sonriente y sin salir nunca de mi casa, al punto que mi madre tenía que echarte, ¿te acuerdas?”

Mientras leía su carta, no dejaba de pensar que incluso en el monasterio su carita de pastorcita venía a mi mente. Y cuando me preguntaban, monje de 15 años, si había tenido algún amor en el pasado, yo la evocaba gustoso. Fue mi sueño recurrente hasta que con el tiempo la fui olvidando para convertirse en algo demasiado inocente para mi vida adulta. Veo sus fotos en Facebook y a lo lejos reconozco su cara y percibo su afecto. ¡Es algo tan lindo!