La estética lo es todo


Eduardo-Blandon-Nueva

El otro día recibí la llamada inesperada de mi amigo de toda la vida, Juan Carlos, exmonje, afable y dado a la vida del espíritu como el que más.  Me invitó a tomar un café, “en un lugar que vale la pena”, para ponerme al día de su vida y saber de la mía, curioso que es, a veces demasiado inquisitivo, como quizá sea su único defecto. 

Eduardo Blandón


Llegamos al lugar del café maravilloso, según él, e hicimos un aggiornamento con punto y coma de todas nuestras industrias y andanzas (que no son pocas, si nos atenemos que casi llegamos al medio siglo).  Entre tanta cháchara, súbitamente se puso serio y me espetó lo que quizá antes era solo un borrador en su juvenil cerebro.  Me dijo que “la estética lo es todo en la vida”.  ¿Todo?, le pregunté.  “Según yo era más bien el sexo lo medular de los días terrenos”.  Se lo dije con ganas de azuzarlo porque sé que la palabra “sexo” le enerva los nervios.
 
No es así, repuso incómodo, eso lo decís por tus traumas de exseminarista y tus fijaciones de macho latino.  En la vida lo único que vale la pena es la estética, saber descubrir la belleza y huir de lo feo.  “Quien se conduce así, se salva”.   ¿Se salva de qué?, lo corté.  Esas categorías tuyas también son de personas deformadas intelectualmente por conceptos medievales.  Tienes que aceptar que tú tampoco empleas un lenguaje que se aparte de ese lenguaje escolástico: salvación, perdición, pecado.  ¿Qué es eso?, le dije.

Entonces siguió.  Me ignoró.  La estética lo es todo en la vida.  Y solo quien tiene desarrollado el paladar para saber qué es bueno, bello y hermoso, puede salvarse en la vida.  Mira la crisis estética de nuestros tiempos.  La gente es salvaje musicalmente hablando, primitiva desde el arte, pitecántropa desde lo moral.  El mundo ha perdido el sentido del gusto.  Ni siquiera saben comer bien, la comida rápida está de moda.  Mírate tú, me criticó, ni siquiera sabes distinguir entre un buen café y agua de calcetín.  “Por eso te traje aquí, para que te inicies en la cultura del café y te refines un poco”.

Yo le expliqué que quizá no tenga aguzado el paladar en materia de café, pero sí (haciendo alarde de mundano y hombre vivido) en bebidas etílicas.  “No lo creo, me respondió con escepticismo.  “Tú sigues comiendo y bebiendo como cura de pueblo”.  Y por eso que los primeros condenados de la tierra son los curas (aprovechó la ocasión para sacar su resentimiento por la clerecía), porque no les enseñan a vivir, comer, beber y contemplar la belleza del mundo.  “Entonces están jodidos, porque se condenan aquí y, por supuesto, allá, donde anhelan ellos llegar”.

Los curas están privados del gusto por la vida, continuó, y no lo digo yo, me dijo con falsa humildad, el buen Nietzsche ya se los criticaba con palabras más selectas que las mías.  Pero no solo ellos, vivimos en un mundo de condenados, la gente carece de estética por eso no valora el gusto por vivir y en lugar de hacer de la existencia un hermoso palacio, hacen mamarrachos indignos, horribles y despreciables.  El mal gusto se nota en todo: desde sus caras frustradas y llenas de dolor, hasta sus vestimentas y casas.  “Los ricos, ni teniendo dinero, son bellos”, concluyó, “son horrorosos”.