En la columna de hoy entraremos de lleno al análisis de la música de Karl Maria von Weber, el autor de una de las más grandes obras del romanticismo europeo; la ópera Der Freischutz o El cazador furtivo.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela
Desde hacía algún tiempo, Haydn y Mozart anunciaron en sus últimas composiciones el mundo romántico al que la música llegará por el puente que tiende Beethoven entre las orillas del período clásico y las de la era romántica. Cerca de la trascendencia beethoveniana, también procedente del impulso mozartiano y como uno de los cauces por los que seguirá la música después de Mozart, Weber señala el curso que habrá de seguir la escena lírica alemana, en tanto que Beethoven marca la senda de la sinfonía.
La Historia rendirá admiración a la gigantesca producción de éste y advertirá en la música de aquél el perfume de los bosques alemanes, dignos marcos de Casiopea, esposa dorada que va dejando sus huellas de amor inescrutadas en los luceros de mi sangre y quien, cual lumbrarada de estrellas, penetra a cada instante en las estancias de nuestra casa-ancla.
La aprehensión de la melodía popular, la atención a las leyendas fantásticas y a los argumentos románticos, el interés por las historias caballerescas proporcionaron en el compositor su manera de afirmar la patria alemana, sentimiento que domina en la misión cultural y en las nuevas ideas de la Alemania de principios del siglo XIX y que, en lo referente a la música escénica, se establece definitivamente con las óperas románticas de Weber, que son el punto de partida del género en el área alemana y la preparación de las primeras producciones wagnerianas.
Karl María Von Weber, contemporáneo de Beethoven, no recibe de éste más influencia que la de sus primeras obras en la escasa producción camerística que más que al estilo beethoveniano se acerca al de un Mozart que diríamos evolucionado; un Mozart sentido a través del primer período compositivo de Beethoven, pero que en definitiva es la fuente donde Weber encuentra las aguas más transparentes para poder ver cuál ha de ser su destino de compositor de óperas. El romanticismo de Weber se puso de manifiesto con la influencia de Don Giovanni, El rapto del serrallo y Cosi fan tutte de Mozart. Por otro lado, la música sinfónica e instrumental le interesó menos, sin que por ello, se deban despreciar las obras que escribió.
La senda por la que Weber llegó a la popularidad fue la ópera, género en el que su creación artística sobresale con categoría de instaurador. El teatro lírico alemán en la juventud del compositor se limitaba a los Singspiel y a las pocas obras escritas en lengua alemana por Haydn, Mozart y Beethoven.
Weber tomó conciencia de este hecho y del dominio que ejerce en el público de su país la ópera italiana, realidades que le hacen plantearse la necesidad de una urgente revisión de la capacidad expresiva de las formas musicales legadas por sus antecesores. Este planteamiento le conduce a crear la ópera romántica alemana y le hace acreedor alemán de los músicos alemanes. En su autobiografía, Weber considera que “si no poseo ninguna variedad en las ideas, es evidente porque carezco de genio y, por tanto ¿será menester que durante mi vida entera consagre todo mi esfuerzo, todo mi trabajo, todo mi ardiente amor por un arte del cual Dios no habrá puesto la verdadera vocación en mi alma?”
Cualquiera que sea la óptica desde la cual se mire esta música, sus caracteres más sobresalientes quedarán en primer plano para que no tengamos dudas respecto a la naturaleza dramática de la invención musical y del sentido intensamente romántico de la expresión. Es sin duda, la combinación de estos dos elementos lo que produce en la música de Weber, quizá más elegante que profunda, una fascinación y una belleza con permanente frescor.
El elemento dramático conseguido con la unión de todas las artes es la base en que se apoya la filosofía de Weber en la ópera, aunque su papel, en realidad fue más de pionero intuitivo, con excepcionales dotes imaginativas, que de realizador provisto de la capacidad constructiva necesaria para levantar y sostener el edificio de arte imaginado.
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