Guatemala tiene que ser el país de las grandes reformas simple y sencillamente porque nada de lo que hay funciona y todo demanda revisión, cambio y reingeniería para buscar eficiencia. La ecuación, que no por gusto se califica como piedra angular de la construcción de un futuro diferente, por supuesto que requiere de una reforma que no sólo tiene que ser profunda, sino que además debe ser amplia porque no hay ámbito de esa materia que deba permanecer como está.
Hablamos de todos los niveles de la educación y también de todos los aspectos, incluyendo lo que tiene que ver con presupuesto, infraestructura, personal y objetivos.
Obviamente los cambios tienen que irse dando gradualmente porque el ideal, de un borrón y cuenta nueva, resulta en la práctica imposible. Idealmente tendría que haber un extenso acuerdo para buscar el tipo de modelo educativo que necesitamos, pero hay que entender que existen oposiciones demasiado absurdas y clientelares basadas en la defensa de intereses particulares. Algunos maestros y algunos estudiantes son permanentes críticos de cualquier reforma, sobre todo si creen que les afecta y, honestamente hablando, una reforma que no reclame de unos y otros mucha más responsabilidad sería inútil. Y como vivimos en un país donde somos buenos para hablar de derechos y reclamarlos, no nos gusta que se nos exija más, que se espere que también hagamos nuestros deberes.
Hay, por otro lado, grupos de pensamiento que se han enquistado y prácticamente mantienen secuestrado el sistema educativo con intereses muy particulares y que manejan el sector protegiendo sus propios privilegios. Precisamente esos grupos son los que han tenido la responsabilidad en los últimos años, con excepción del gobierno de Portillo, de dirigir la educación en Guatemala con muy pobres resultados y siguen siendo los que dicen lo que se debe hacer contando con cuadros operativos a cargo de ejecutar sus decisiones.
El Presidente tendría que buscar alguna asesoría independiente, que no esté condicionada por ese grupo que se autodenomina de tecnócratas de la educación, para definir los alcances y el contenido de una profunda reforma educativa en el país. Tan nefastos son los maestros y estudiantes que se oponen a cualquier cambio, como los que pretenden cambios para que nada cambie, para que su hegemonía administrativa les permita seguir mangoneando el ministerio.
Los cambios en la formación de los maestros son necesarios, pero faltó comunicación respetuosa con los alumnos que están ya cursando esa carrera. Y es que la educación no puede ser autoritaria y a rajatabla, principios que rigieron la enseñanza en siglos pasados, pero que no tienen cabida en la actualidad.
Minutero:
Desde los años noventa
controlan la educación
y hay que tener muy en cuenta
que no hay innovación