Entiendo la preocupación del Presidente de la República por la caótica situación de los hospitales y su interés por buscar soluciones visitando los principales nosocomios, pero creo que se está analizando el problema desde una perspectiva equivocada, puesto que el problema no es únicamente de falta de recursos y de aumento de las asignaciones, sino básicamente es problema de falta de transparencia, de mal uso de los recursos, de corrupción y, para ser concretos, de un hueveo permanente y descarado.
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Mientras no se decida el Gobierno a enfrentar enérgicamente el tema de la corrupción, cualquier cosa será inútil. Es más, hasta la reforma fiscal y el eventual aumento de los ingresos no servirá más que para dar más dinero a los ladrones. Es como meterle más agua a una tubería rota, porque el caudal terminará fugándose sin llegar a la boca del chorro. Lo mismo pasa con la administración pública, puesto que si bien puede aceptarse que hay problema de cantidad de recursos, el mismo pierde relevancia cuando nos damos cuenta que lo que hay se lo roban.
¿Cuándo va Guatemala a recuperar siquiera parte de lo que se han embolsado en el transcurso de décadas con los negocios de las medicinas? Yo estoy convencido que jamás porque ese dinero está tan perdido como el que se clavaron del Congreso en tiempo de Meyer dejando un simple “parte sin novedad”.
Si el Presidente quiere resolver el problema de los hospitales, tiene que acabar con esos contratos abiertos que son demostrada fuente de corrupción en la que proveedores y funcionarios se apañaron para hacer el trinquete del siglo. La eterna excusa es que si se dejan sin efecto tales contratos habría desabastecimiento, pero no dicen que de todos modos ya hay desabastecimiento porque todo se lo roban, todo se lo clavan.
Grandes males requieren grandes remedios y el mal de Guatemala es un sistema diseñado para que todos roben. Roban los empleados, roban sus jefes y, por supuesto, roban los empresarios que hacen los negocios con el Estado. El asunto está pactado, debidamente arreglado y ahora ni siquiera hay protestas entre los proveedores porque en el gobierno anterior tuvieron la gracia de ponerlos a todos de acuerdo y salpicar a todos con un poco de las ganancias, acabando con las disidencias provocadas por la marginación de algunos empresarios.
El presidente Pérez Molina se puede pasar el día visitando hospitales y se puede pasar el día revisando el mal estado de las carreteras, pero ni en Salud ni en Comunicaciones habrá nunca pisto suficiente porque siempre hay fugas enormes que sirven para nutrir la corrupción.
El tema de la transparencia se asume como una forma de propaganda con medidas que pretenden tapar el ojo al macho y que, a lo sumo, llegan a separar a un desprestigiado Alcalde, como el de La Antigua, del partido de gobierno, pero sin acciones para meterlo al bote. Allí están haciendo micos y pericos con los fideicomisos y el Gobierno no solo lo tolera sino que lo alienta luego que el mismo Ministro de Finanzas dijo que era imposible acabar con esa fuente de corrupción. Sin voluntad, señor Presidente, con nada se puede acabar porque siempre habrá excusas, siempre explicaciones, siempre razones para mantener la estructura de podredumbre que han montado tan cuidadosamente los largos que funcionan en realidad como dueños del país.
Por eso insisto en que hasta la tal reforma constitucional es un parche porque no hay voluntad ni decisión de atacar la raíz de los males. Apañando a los pícaros, como se hace con los beneficiarios de los contratos abiertos y de los fideicomisos, se apuntala la podredumbre de un sistema que produce basca.