Acumuladores


Eduardo-Blandon-Nueva

Las personas pueden dividirse en dos, entre tantas otras clasificaciones que puedan hacerse: en acumuladores y no acumuladores.  Los primeros somos los más, gente que vamos por la vida recogiendo de todo, pero especialmente cosas que nos parecen importantes (por eso las obtenemos).  Somos como hormigas que trabajamos laboriosa y puntualmente llevando hojas a nuestra guarida para luego solazarnos en la abundancia y disfrutar la variedad conservada.

Eduardo Blandón


Lo nuestro es el afán por la propiedad. Coleccionamos de todo: historias amorosas, libros, discos, películas, carros y casas (si podemos) y hasta hijos (si somos extremadamente irresponsables).  Nada nos frustra más como estar vacíos.  De niño coleccionábamos juguetes y llenábamos álbumes, de viejos nos afanamos en atesorar títulos universitarios y llenarnos de ropa y zapatos. Nos sentimos tan miserables que nos urge sentirnos plenos de algo.

Institucionalmente es lo mismo. Hace algunas semanas, por ejemplo, la prensa informó que el Congreso de la República tiene varias bodegas donde acumulan computadoras, impresoras, sillas, escritorios y no sabemos cuánta basura más.  Podrían regalarlas a las escuelas o simplemente reciclarlas, pero los diputados no tienen cerebro para eso, ni les interesa.  Luego siguen el rito personal: acumulan.  Lo guardan esperando que alguien tome una iniciativa diferente.  

Hay algunos que trabajan para acumular y su vocación natural la realizan en su labor de obreros. Tal es el caso, por ejemplo, de los bibliotecarios. Nada los llena tanto de orgullo que llevar estadísticas de los libros fielmente conservados en los anaqueles a él confiados.  Prestarlos no es su prioridad, la gloria personal es sentir que los posee y que es mejor que se los coman las polillas a que se pierdan en manos de desconocidos.  Aquí guardar es una virtud y hasta puede ser premiada. El atesorador de libros es el príncipe de los acumuladores.  

Quien acumula no tiene una filosofía definida, su hacer es instintivo.  Es una pulsión que se activa desde la más tierna edad y se acentúa con los años.  Quizá mi abuelo sea el mejor ejemplo.  De joven coleccionaba revistas y periódicos, cuando cumplió las ocho décadas era imposible transitar por su casa.  La sala, su cuarto, la cocina (vivía solo) constituían un cerro de libros y periódicos.  ¿Por qué no los vendía? Él decía porque los tenía en cola.  Según él iba a leer el volcán de literatura dispersa en su casa.  Y sí leía, solo eso hacía desde que lo jubilaron, pero no le alcanzó la vida para devorar tanta basura dispersa.  

Evidentemente debe haber excepción.  Me es difícil imaginar a San Francisco de Asís, por ejemplo, acumulando cosas.  Lo imagino más bien un ser libre, sin ataduras ni deseos de posesión material.  A lo sumo acumularía mucha oración, bastante silencio, muchos recuerdos y unas ganas inmensas de hacer el bien.  Pero esto quizá sea otra cosa.