Miniantología de microrrelatos


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No hay que decir mucho para presentar microrrelatos, a continuación una selección de textos de autores guatemaltecos.


Ratas
POR PATRICIA CORTEZ

Se mueven entre la basura, con rapidez, son del tamaño de un conejo, quizá fueron modificadas por la radiación de la sala de rayos X que está debajo del basurero. Quien construyó el hospital de seguro ahorró en materiales y se despreocupó del plomo.

Consigo alimentos en la emergencia del hospital o en el basurero, a ellos no les importa. Me como las sobras de los platos, y luego me voy, otras veces me quedo observando, les causo gracia.

Así estaba, observando, cuando ella salió, se miraba nerviosa, el bultito entre sus manos se movía, pensé que alguien venía a recogerla, en un descuido lo metió en el basurero.
Traté de alcanzarla, pero solo la vi correr, cuando llegue al basurero era tarde, las ratas solo habían dejado un bracito.

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El valor de las cosas
POR ALFONSO PORRES

La tele no encendió, una rata se había comido el cable de la corriente; tampoco funcionó la radio, y dejó de escuchar noticias. Compró un procesador de  alimentos que nunca  funcionó. El tiempo se hizo tedioso en sus manos.

Descubrió su dedo pulgar y empezó a rascar la tierra, a limpiarse los males.  Descubrió su índice, con el persiguió estrellas, al ritmo de sus pupilas. Poco a poco sus manos fueron creando ritmos en las paredes.

Estaba en el mejor momento cuando la tele, la radio y el microprocesador funcionaron. La tecnología reaccionó en el preciso instante que empezaba a descubrir para qué le servía la cabeza.

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Cita
POR MAYA CÚ

En la mañana, antes de que sonara la alarma, se despertó con la luz que entraba por la ventana.

Decidió que esta cita tenía que ser especial. Así que, desde temprano, se afanó en hacerse la mascarilla, tomar jugos “energizantes”, y aplicarse las mejores cremas de día. Se sentía radiante.

Llegada la hora, encendió su laptop, esperando que él llegara puntual a la cita.

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Distancia
POR ÁNGEL ELÍAS

Esa tarde supo, sin proponérselo, que las cosas funcionan de maneras extrañas.
 
Era sábado y había llovido. Recorrió el paseo de Reforma,  en ciudad de México. Aunque la soledad puede ser mala consejera, tampoco es mala acompañante. Veinticuatro millones de gentes a su alrededor y, al finalizar su caminata, el nombre de ella era lo único que alcanzaba a pronunciar.
 
Como efecto dominó, se escuchó un estornudo a más de mil quinientos kilómetros de distancia

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Simplicidad
POR EMILIO SOLANO

El olor del café, al mezclarse con el aire acondicionado, fue suficiente para comenzar a disfrutar de la tarde.
 
Abrió el correo y un montón de historias breves le cayeron encima.
 
Fue de una red social a otra, encontrándose con la subcultura del gozo del momento, reactivada por la masacre de treinta personas en El Petén.

Sirvió una taza de aromático de Antigua Guatemala y decidió sugerirle a su novia pasar otra noche en el hotel Casa Santo Domingo. Total, la vida tenía pocos días como ese.

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Pulgas odiosas
POR GUSTAVO SÁNCHEZ
 
A donde llegaba se le subían las pulgas.  Lo peor era su incapacidad para atraparlas: las sentía caminar en su cuerpo pero jamás había logrado atrapar alguna.  Saltando o caminando, ellas se le iban de las manos.
 
Cuando supo que debía viajar a Durango, llamó para reservar un hotel donde le garantizaran que no hubiera pulgas.  No fue fácil pero lo encontró.
 
Antes de dormir revisó la cama minuciosamente y comprobó que estaba limpia; satisfecho, se deslizó entre las sabanas y se durmió profundamente.  No se le subió ninguna pulga odiosa, pero la cama empezó a plagarse de alacranes de un color amarillo casi transparente y el dorso pardo.  Despertó con la clara sensación de que la lengua se le estaba durmiendo, la inmovilidad se apoderó de su cuerpo y él empezó a añorar las pulgas.

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Minuto feliz
Por Fernando Ramos

La algarabía duró un minuto, ni un segundo más, ni uno menos. Durante ese tiempo todos fueron felices. Se comportaron como hermanos, unidos por una sola causa.

Justo cuando la aguja pasó sobre el 12, se escuchó un silbato, el policía dijo: “Ya basta”.
Cada quien se fue por su lado, con una sonrisa en los labios y brillo en los ojos, algunos todavía le dieron una última patada al sujeto.

El hombre quedó ahí tirado, con la cara llena de sangre, y a su lado el teléfono que había robado.