Glorias musicales de Louis-Héctor Berlioz


celso

Con la columna de este sábado, concluimos con el tiempo y la polémica música del gran músico francés Louis-Héctor Berlioz, cuya música resuena en los trigales sempiternos de Casiopea, la mía.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela


Sin embargo, los fondos que había pedido prestados estaban perdidos. Berlioz tuvo que ahorrar y hacer frente a sus obligaciones dando clases de flauta y de guitarra. Participó en el concurso al Premio de Roma, pero el resultado fue un desastre. Por otro lado, su padre le retiró su pensión mensual. Berlioz volvió sensatamente a la casa paterna, pero se negó a comer y beber, hasta que su padre le diera la autorización para consagrarse de nuevo enteramente al estudio de la música. La madre, a la que se había tenido al margen de las decisiones tomadas, se dio cuenta de lo que sucedía y maldijo a su hijo, que partió a París sin siquiera haberle dicho adiós. En París entró como alumno del Conservatorio.

 En la Ópera seguía las representaciones teniendo la partitura continuamente ante sus ojos, criticaba en voz alta y aprendía a fondo el arte de la instrumentación. Su padre tuvo conocimiento de la deuda todavía no solventada, creyó que su hijo estaba en París divirtiéndose y le retiró de nuevo su asignación mensual.

Berlioz no quiso volver a la casa paterna y se contrató formando parte del coro de un vaudeville, donde ganaba lo justo para no morirse de hambre. Una segunda tentativa al Premio de Roma resultó un nuevo fracaso. Por esta época se le declaró un tumor en el cuello. Lleno de angustia lo abrió él mismo con la ayuda de un cortaplumas. Una vez más se dejó enternecer su padre y pagó de nuevo los estudios de su hijo.

En septiembre de 1827, una compañía inglesa llegó a París para representar, entre otras obras, el Hamlet de Shakespeare. Entre los miembros de la compañía figuraba una actriz, Harriett Smithson, que desempeñaba el papel de Ofelia. Berlioz, que no entendía una sola palabra de inglés, salía después de cada espectáculo como un hombre ebrio: Shakespeare le había revelado el dominio de su propio arte. Harriet se convirtió en su ideal femenino.   

Durante semanas enteras estuvo sumergido en una apatía permanente sin otro pensamiento que atraer la atención de Harriet por medio de un hecho genial. Ella sin embargo, abandonó París antes de que lo hubiera conseguido. Dos nuevos acontecimientos le ayudaron a vencer su desesperación: el conocimiento de la primera traducción francesa del Fausto de Göethe y las Sinfonías de Beethoven. Mientras tanto, los actores ingleses habían vuelto a París y el alumno del Conservatorio se atrevió a hacer lo que ningún compositor francés había osado hasta entonces: dar un concierto integrado solamente por obras suyas.

En esta ocasión se mostró como precursor de la publicidad moderna. Incluso el célebre Fétis apreció, contradictoriamente, una gran parte de la música de Berlioz: Harriet, sin embargo, no se inquietaba por su existencia. Por tercera vez concurrió al Premio de Roma, esta vez con mayor suerte, pues fue clasificado en segundo lugar. Su padre le prometió sostenerle durante otro año; por su parte, un periódico recientemente fundado le nombró crítico musical. Es ahora cuando compone su primera obra maestra: las ocho escenas sacadas del Fausto de Göethe (1829).

Siempre locamente enamorado de Harriet, decidió fijar en una biografía musical los sentimientos que experimentaba hacia ella y conquistar con esta obra el mundo entero: éste es el origen de la Sinfonía Fantástica.

En plena composición, supo desde Londres que en esta ciudad su ídolo no era más que una comparsa, lo que le lanzó a una desesperación sin límites. Sin embargo, esta desesperación, cualquiera que fuese su alcance, le inspiró el final de su Sinfonía, la parodia de la idée fixe. Berlioz organizó un concierto para la ejecución de su obra, esperando firmemente que Harriet iría a escucharla; pero el concierto no tuvo lugar. Harriet había sido contratada por la Ópera Cómica de París, el teatro quebró y la actriz quedó materialmente en la calle.

     
Berlioz no tuvo piedad de ella, ya que en ese momento estaba ocupado con otros amores: la joven y bonita pianista Camilla Moke. Berlioz deseaba casarse con ella. Decidido a conseguir el Premio de Roma y con el fin de asegurarse las simpatías del jurado, muy conservador en sus gustos, compuso intencionadamente una obra mediana, con la que obtuvo el primer premio por unanimidad.