La plaga del acoso escolar no merece ninguna tolerancia


El bullying es el cáncer en el proceso educativo que ha sido relegado desde hace años al aguante de los afectados, cuyos padres, muchas veces ni cuenta se dan porque andan trabajando y a los maestros solo les interesa cumplir con su horario y se hacen los locos, igual que los directores y sus auxiliares.

Jesús Abalcázar López
jesus.abalcazar@gmail.com


Comencemos por determinar que el bullying es una flagrante violación a los derechos humanos de los niños y jóvenes que cursan sus estudios en escuelas, colegios, institutos y en ocasiones hasta en universidades en todo el mundo. En nuestro caso, nos interesa hacer un análisis de lo que ocurre en nuestro país, puesto que el asunto es grave, considerando que los hechos han llegado a extremos insospechados de violencia y terrrorismo. Hay violencia porque abusivamente se violan los derechos humanos de niños y jóvenes que son material y psicológicamente agredidos y obligados a callar ante las agresiones recibidas, mediante amenazas e intimidaciones de causarles mayores daños. Pero, también hay terrorismo, porque lo que hacen los acosadores es dominar a otro u otra mediante una dominación ejercida para aterrorizar, para causar un miedo muy intenso que confunde y puede causar reacciones inaceptables ante situaciones que cree que se han salido de su control, pues no busca ayuda y sufre en silencio.

Es importante aclarar lo de: “qué cree que ha perdido el control”, porque los han presionado a no reaccionar, a seguir permitiendo los abusos en su contra, que eso es lo que causa placer morboso al acosador, por eso persigue sin tregua a su víctima, importunándola hasta el cansancio, molestándola sin piedad hasta destrozarla física y mentalmente, a golpes, a patadas, con insultos, con burlas y hasta con heridas en el cuerpo. Y en lo relacionado con los maestros y catedráticos, ellos tienen la obligación de ser vigilantes de la conducta de sus estudiantes, y ante todo ser observadores del proceder de algunos alumnos que hostigan a los demás y específicamente a algunos muy selectivamente. El acosador o acosadora determinan a sus víctimas mediante el estudio de ciertos rasgos que les llaman la atención, como la dedicación al estudio, sus cualidades físicas y sentimentales, su condición social y económica, sus compañeros más cercanos, sus gustos, la debilidad de su temperamento y el poco caracter para defenderse, así como el control de sus movimientos para llegar al plantel y cuando se marchan a su casa, para hacerles la vida imposible.

En realidad se trata de peleoneros con inclinaciones pervertidas, y es tal la desesperación a la que someten a sus víctimas, que estas, finalmente, buscan alejarse y hasta ponerle fin a sus vidas,  muchas veces por medio del suicidio. Esto se debe a que caen en crisis y llegan a un punto donde ya no soportan más el sufrimiento silencioso que los persigue. Además, tienen que soportar la imcomprensión e indiferencia de su familia, compañeros y maestros; y hasta de las autoridades como el Ministerio Público, la Policía Nacional Civil, el Congreso de la República y los Tribunales de Justicia. ¡Es que no hay delitos que perseguir dicen! Bueno, pues el Congreso debe aprobar las leyes que hacen falta y tipificar los delitos respectivos, para que el MP pida la apertura de los procesos y los jueces juzguen e impongan las sentencias. Es tiempo ya de considerar la aplicación de la ley a menores de edad, porque están cometiendo delitos pero tienen la excusa de que por ser menores de edad no se les puede aplicar la ley, siendo que, actualmente, en una mayoría de países los menores son penalizados de acuerdo a la gravedad de los delitos que cometen.

Por eso los pandilleros adiestran a niños y jóvenes para que cometan los más horrendos crímenes y otros delitos, sabiendo que no se podrá tomar acción contra ellos, mientras que dichos pandilleros siguen disfrutando el producto de sus fechorías, con la ayuda de niños y jóvenes. Ya se hace necesario deducir las responsabilidades pertinentes no solo a los menores que cometen delitos, sino también a sus padres y a los pandilleros u otros criminales que los adoctrinan e involucran en la violación de las leyes. Además, los practicantes del bullying pretenden disfrazar sus actos, como si se tratara  de simples bromas y no vderdaderos ataques. Ellos no actúan solos, siempre buscan compañeros o compañeras que los apoyen o al menos que les hagas cuerpo, para dar la apariencia de que son muchos o varios los que rechazan al acosado. También están los testigos de los hechos, los cuales, dándose cuenta de lo sucedido, siempre optarán por no denunciarlos para evitarse seguras represalias de los agresores, los cuales, generalmente, hacen de las suyas en los tres grados finales de la primaria y en los dos primeros grados del ciclo básico, porque, después, empiezan a ser excluidos de los grupos de estudiantes, porque se identifican como impopulares e indeseables.

Un caso que dio inicio a una historia legal de acoso, fue el de la alumna de primero básico de 13 años de edad, Nathalie Co Chopen, del Instituto Víctor Manuel de la Roca, de la zona 2, capitalina, quien sufrió durante cuatro meses el despiadado acoso de sus compañeras. Nathalie sufrió brutales ataques con instinto asesino, que le provocaron fractura de la nariz y hundimiento de varios dientes. Después de un doloroso tratamiento y crisis emocional, su madre Irma Co, denunció las agresiones a su hija, tanto en el Ministerio Público, como en la Dirección Departamental de Educación, pidiendo justicia en  contra de las agresoras. Pero, la directora del plantel, y la maestra auxiliar optaron por su descarada negligencia, al no darle la atención disciplinaria que el caso ameritaba, incluyendo la denuncia ante el MP. Es increíble que despues de 13 suicidios de menores en este 2012, cuatro de ellos atribuidos al acoso escolar, donde las víctimas  dejaron notas diciendo que ya no aguantaban seguir en la escuela, aún no se haya tomado las necesarias determinaciones urgentes y drásticas, para atacar y eliminar el flagelo del acoso escolar, porque atenta contra la vida, o la alegría, tranquilidad, felicidad y paz de los niños y jóvenes.