Carlos Fuentes generó admiración de amigos y enemigos


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Sea cual fuere la reacción a sus ideas políticas, cualquiera que haya tenido la fortuna de conversar con el escritor Carlos Fuentes no podía dejar de admirar su porte patricio y su amor por el lenguaje.

Por MARJORIE MILLER

Me impresionó la primera vez que vi a Fuentes en su casa de la capital mexicana en 1989 tras la publicación de Cristóbal Nonato, un relato orwelliano narrado por un feto sobre «Makesicko Seedy», expresión que usó el autor haciendo un juego de palabras en inglés que aludía a una Ciudad de México lúgubre.

Volví a verlo casi dos décadas después en un almuerzo en Los Ángeles, con ocasión del lanzamiento de la versión en inglés del «La silla del águila», una sátira de la historia de la revolución mexicana y sus ataduras políticas.

Fuentes, fallecido el martes a los 83 años de edad, era amante de la buena mesa y la conversación. La prosa fluía de su boca como un manantial y jugaba con las palabras como disfruta un niño en el mar.

Sin que Fuentes lo supiera, lo entrevisté para su obituario, una práctica común en el periodismo. Mantenemos archivados obituarios de personalidades. En la mayoría de los casos, el reportero no informa al entrevistado de esa finalidad. Y aunque nunca escribí el obituario, quiero compartir hoy parte de la deliciosa tarde en la que charlamos de la vida, las artes y la política, acompañados de pescado y vino blanco en el restaurante Water Grill con nuestros respectivos cónyuges.

Al igual que Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, Fuentes pertenecía a una generación de escritores latinoamericanos a la vez literatos y políticos, autores y comentaristas sociales. Era un intelectual público.

«Uso dos sombreros», admitió, al estilo del autor francés Honoré de Balzac en la elaboración de una comedia humana, certeros retratos sociales e historias fantasmagóricas. «La imaginación existe y existe el comentario social. No son contradictorios».

Aunque vestía con elegancia y vivió con comodidad saltando de Londres a Nueva York y México, sus convicciones políticas eran de centro-izquierda. Respaldó la Cuba de Fidel Castro en sus comienzos y la revolución sandinista en Nicaragua. Esa combinación hizo que el comentarista mexicano Enrique Krauze lo tildara hace tiempo de «el dandi de la guerrilla» y un intelectual liviano en comparación con el pensador conservador mexicano y premio Nobel de Literatura Octavio Paz.

Empero, cuando Castro reprimió a los escritores e intelectuales, Fuentes lo criticó.

Hijo de un diplomático de carrera, Fuentes pasó su infancia en el extranjero y hablaba inglés con fluidez tras haber estudiado en Estados Unidos. Por ello muchos mexicanos lo consideraron «un gringo», al mismo tiempo que en Estados Unidos algunos lo veían como antiestadounidense por sus frecuentes críticas a la política de Washington en América Latina y otros lugares.

Desde luego, criticó con frecuencia al gobierno estadounidense y a un país rico que en su opinión debería cuidar más a sus pobres, aunque le gustaban verdaderamente los estadounidenses y su cultura.

«Tildarme de antiestadounidense es igual que decir que soy antisemita porque mi esposa no es judía», dijo durante un almuerzo en Los Ángeles.

«Es una mentira estupenda, una calumnia. Me crié en este país. Cuando era un muchachito le di la mano a Franklin Roosevelt y no me la he lavado desde entonces», agregó con su característico buen humor. «Nunca olvidaré su sonrisa. Le tenía un enorme respeto y recuerdo cuando dijo que la sociedad crece de abajo para arriba. Tenía un gran respeto por el New Deal.

«Fui a la escuela acá (en Estados Unidos). Leí a Faulkner, escuché jazz, vi películas estadounidenses. Me llevé muy bien con los gringos», dijo el autor de «Gringo Viejo».

«Empero, me opongo a una Norteamérica que no representa a los estadounidenses, como el francotirador (Dick) Cheney», agregó en referencia al ex vicepresidente.

Con todo, luce casi como un timbre de gloria el hecho de que en una ocasión le prohibieran la entrada en Estados Unidos conforme a la Ley McCarren-Walter por simpatías procomunistas. «Me encontraba muy bien acompañado. García Márquez, Graham Greene, Iris Murdoch, ni más ni menos».

Fuentes tenía ese día un porte elegante, con cabello plateado y un saco azul marino cruzado, acompañado por su esposa Silvia Lemus, todavía más elegante. Ambos habían sufrido una doble tragedia con la pérdida de dos hijos en tenebrosas circunstancias. Empero, no hablaron de su dolor entonces y en público, ya que siempre estaban dispuestos a ver el lado positivo de la vida.

Para entonces, muchos mexicanos consideraban a Fuentes el mejor escritor vivo de su país. Fue mencionado con frecuencia como postulado al premio Nobel de Literatura, y solía repetir, como lo hizo ese día con una sonrisa, que su amigo «Gabo» García Márquez se había llevado su Nobel. Agregó que le quedaban por escribir muchos libros todavía, y redactó por lo menos tres novelas más.

«De creer que había llegado ya al máximo, no estaría sentado aquí. Siempre hay otro libro por allí», agregó.

Un prolífico escritor, nos dijo que era más fuerte que de joven. «Cuando comencé a escribir, me angustiaba. La sicosis de una página vacía. A mi edad, sé exactamente lo que voy a hacer. Duermo, sueño, me levanto, escribo».

Empero, no siempre sabía a dónde le llevaría el escrito. «Hago planes, pero con cierto misterio».

Al irse del restaurante tras el almuerzo, Fuentes se detuvo a leer el directorio de inquilinos en el majestuoso edificio. A los 77 años, explicó el autor, siempre andaba a la caza de nombres que quizá usara para sus nuevos personajes.

Le pregunté si prefería algunos de sus libros. «Todos ellos son mis hijos. Quizá algunos sean bizcos, pero los quiero a todos».