Saber decir las cosas sin decirlas


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El saber decir las cosas sin decirlas, es un recurso de agilidad mental para salir airoso de una situación difícil.

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POR MARIO GILBERTO GONZÁLEZ R.

En lo verbal, es una respuesta inmediata, corta,  segura y sorpresiva que tiene por finalidad, romper el esquema del interlocutor. Dejarlo en silencio por un corto tiempo sin recurso de continuar y cuando reacciona, preguntarse él mismo ¿Qué quiso decir con su respuesta a mi pregunta? La respuesta desconcierta tanto,  que no da opción  a réplica.

También  puede ser escrita con suma elegancia, que amerite una reflexión. Porque dijo sin decir lo que quería decir.  Su respuesta se puede prestar  a varias interpretaciones. El éxito está en que todo lo que se dice, no lo dijo él. Sin embargo, si lo dijo.

Es un arte en el dominio  de la expresión escrita o verbal. Es también un recurso maravilloso para escritores, periodistas, oradores, poetas y especialmente para los políticos y gobernantes. Bien manejada da elegancia a quien lo dice o lo escribe. Para salir en caballo blanco en una situación difícil, se requiere de serenidad, habilidad mental ¿y por qué no decirlo? de ingenio y sabrosa picardía.

En mi juventud, conocí a varios escritores, periodistas, oradores y sobre todo, políticos que sabían manejar con elegancia, esta forma de expresión.

Esa vieja escuela se ha perdido en nuestros días. Falta esa chispa para cambiar una cosa por otra. Se carece de los recursos de la agilidad mental y del buen manejo del lenguaje, que sólo lo da las buenas lecturas,  una sólida preparación académica y dominio de la sabiduría popular. Hoy, se prefiere ser locuaz para demostrar el dominio de una cosa y explayarse todo lo posible en la respuesta, con la finalidad de aclarar y dejar satisfecha a la otra persona. El peligro está en que la capa de barniz es  muy delgada y con poco se opaca.   No hay que hacer lucubraciones ni señalamientos ante los hechos que a diario se viven. Por sus frutos los conociereis, dice el libro de la sabiduría. Y para lucimiento equívoco, se improvisa sin fundamento y ante cualquier señalamiento, es el impulso de la víscera el que se impone al sereno razonamiento.

Anejo, entre los demás pergaminos de una  biblioteca antigua, desempolvo éste que contiene una interesante  reflexión:

“El Sultán soñó que se le habían caído todos los dientes.

Consultó el sueño con un adivino que le dijo: ¡Qué desgracia mi Señor! Cada diente representa la pérdida de un pariente vuestro.

¡Insolente! Gritó el Sultán enfadado. ¿Cómo te atreves a decir semejante cosa?

  Llamó a los guardias y ordenó que le dieran cien latigazos.

Llegó otro adivino a quien le contó su sueño.

  Este, muy sereno le explicó su significado. ¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que vos sobreviréis a todos tus parientes.

  El semblante del Sultán cambió. Expresaba alegría y ordenó le dieran cien monedas de oro.

  Intrigado uno de los cortesanos, le dijo al adivino. La interpretación que acabáis de hacer del sueño a mi Señor, es el mismo que hizo el primer adivino. No comprendo por qué a él ordenó darle cien latigazos y a ti cien monedas de oro.

  Todo depende de la forma como decimos las cosas –respondió el adivino-. De esa forma de decir las cosas, depende la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra”.

  Antaño,  las entrevistas a los mandatarios, eran  solemnes, con preguntas precisas y respuestas lógicas,  previo conocimiento del pliego de preguntas, con fijación de día, hora y tiempo de duración. Hoy hablan tanto que incurren en más errores que el que tratan de aclarar.

   San Bernardo, Abad de Claraval, recomendaba que si eres prudente, gobierna. Si gobiernas, se prudente.

  En el caso de los que tienen responsabilidad en el manejo de la cosa pública, es evidente la improvisación y la falta de cultura que cuando hablan,  incurren en mentiras, falsedad y desconocimiento. Para el hombre de a pie,   decirlas de frente es provocar un riesgo innecesario. Es el ingenio el que salva la situación.

  Dejemos que sean los autores los que nos ilustren y nosotros nos deleitemos, con las respuestas que dieron personas distinguidas, a preguntas capciosas, molestas o de doble intención.

   “La víspera del estreno de la adaptación teatral de ‘La Dama de las Camelias’ de Alejandro Dumas, la protagonista Marie Doche, le preguntó a su autor: ‘Querido Dumas, ¿cómo me visto para representar a una prostituta?

  “No se preocupe –respondió él, sin vacilar-, uno de los que acostumbra a llevar a diario, será perfecto.”

  Famoso es el discurso del orador dominicano Javier Céspedes,  que  en la época del dictador Trujillo, se atrevió a decir,  para referirse a la realidad que entonces vivía el país, diferente a la que proclamaba el régimen:

  “Anteriormente el hombre  del campo venía al pueblo en qué, con qué y a qué.

Hoy día, el del campo viene al pueblo, sin ná, en ná y a ná.”

  Don Juan  de Tarso a quien se atribuye ser el Don Juan Tenorio, llegó a una fiesta con un vestido hecho de reales. En el pecho llevaba una placa que decía: “Mis amores son reales”.

  En Sevilla representó una obra de teatro en la que la protagonista fue la propia Reina. Sucedió que a media función se declaró un incendio. Don Juan tomó en sus brazos a la reina y la salvó. Días después, don Juan murió en las calles de Sevilla víctima de una certera puñalada. Lope de Vega escribió: “Aunque el autor fue un villano, el impulso fue soberano.” Sin decirlo se supo quien fue el autor intelectual.

  Cuando Winston Churchill llegó a la Habana después de la segunda guerra mundial, varios periodistas de Centro América y del Caribe le salieron al encuentro. Sus entrevistas eran puntuales, precisas y con tiempo limitado. José Castro, periodista hondureño le pasó su pregunta sobre el caso de Belice. Cuando Churchill la vio dijo: demasiado extensa. En las prisas, Castro puso: ¿Qué opina del caso de Belice? La respuesta de Churchill fue: Recuerde el periodista que soy conservador. Lo que Castro escribió no lo dijo Churchill.  Fue una interpretación suya. Sin embargo, lo dijo sin decirlo.

  Un periodista sorprendió al Papa Juan Pablo II, con esta pregunta: Santidad ¿Cuánta gente trabaja en el Vaticano?

  El Papa con gran agilidad mental desvió la intensión de la pregunta, rápido y en forma lacónica respondió: “creo que la mitad”.

  Un mandatario de nuestro tiempo, se hubiera explayado para justificar el exceso de burocracia y al intentarlo, es probable que cayera en la intensión de la pregunta.

  El gran escritor Augusto Monterroso, para expresar que lo que se estaba escribiendo bajo el manto del modernismo era una m… dijo que: Rubén Darío y Enrique Gómez Carrillo, son los grandes limpiadores del establo.

  También de él es: “Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí” ¿Qué quiso decir Monterroso?  “el significado es bien fácil,  los problemas siguen ahí donde se quedaron la noche anterior y por más que intentemos olvidarlo son parte de nuestra realidad, de nuestra vida. El dinosaurio es el problema y el personaje dormido intenta que cuando despierte a la mañana siguiente,  haya desaparecido, pero no es así «cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»

  El pueblo con su sabiduría profunda, y con su escaso rescoldo de esperanza, lo dice de esta manera cuando emite su voto para la alternativa de mando. El último día del continuismo y el primer día de lo mismo.

    Por razones obvias, no se puede en ciertas circunstancias decir las cosas de frente. Se hace –entonces-  uso del recurso de decir las cosas sin decirlas. Hay varias maneras de hacerlo. 

  Por diversos medios, se lamenta la falta de solidez en los estudios y la escasa cultura de los estudiantes que van a relevar a las viejas generaciones. Es tan grave que se habla de crisis educativa-cultural. Hay una manera diferente de decirlo.

  Un inspector de educación visita la escuelita de un campo lejano. Cuando está frente a los alumnos de Sexto grado de primaria, le  pregunta a uno  de los niños.

– ¿Sabes quién escribió el Quijote?

– El Niño le responde. No señor.

– ¡Increíble! ¿Cómo es posible que un estudiante de Sexto grado de primaria,  no sepa a estas alturas quién escribió el Quijote?

– El niño se suelta a llorar y le dice: «Señor, yo no escribí el Quijote»

– De Inmediato el profesor se pone de pie y le dice al Inspector: Si este niño le dice que no escribió el Quijote, esté seguro que no fue él…

– El Inspector confundido va donde el Alcalde y le expone lo que el niño y el profesor le  respondieron a su pregunta.  El Alcalde muy solemne detrás de su escritorio,  le responde después de darle un manotazo al  mueble viejo: «Vea Señor Inspector. En este Tribunal se hace justicia y en cuanto yo sepa quien escribió el Quijote lo meto preso.”

Confundido más el Inspector va con el Ministro o Secretario de Educación y después de referirle todo lo sucedido, el alto funcionario, se lleva las manos a la cabeza, cierra los ojos y con un suspiro le dice. «¡Ay Señor Inspector! ¿Qué sería de Lope de Vega si reviviera…?

  ¡Excúseme, Señor Ministro! -Interrumpió el  Ministro o Secretario de Cultura- quien no desaprovecha la ocasión para lucir su brillante y sólida cultura y con aires de pavo real, intenta aclarar el entuerto.  Habrá querido decir: ¿Qué sería de don Francisco de Quevedo y Villegas si reviviera…?

   Hay que agregar  el vademecun que manejan las secretarias de los altos funcionarios, para explicar,  con cortesía y elegancia, a modo de dejar satisfecha a la persona que lo procura,  de que el jefe –justo en ese momento- está en una reunión o  no se encuentra en la oficina por haber salido a realizar  una diligencia importante.

  Quien conoce la magia y el poder de la palabra, su semántica y el objeto a que apunta, además de una sólida formación académica, dueño de una cultura general producto de lecturas selectas de los clásicos y conocedor de la sabiduría popular, puede dar respuestas magistrales de decir las cosas sin decirlas. Se sabe que el poder de la palabra “es capaz de crear, sanar y también destruir.”

¿Cómo diría usted sin decirlo, que tiene  una vida lujuriosa?  Darle  rienda suelta a la hilacha para gozar de la  buena cosa.