Algunos de mis contados lectores dirán que soy un aguafiestas, amargado y de pensamiento negativo; pero no puedo evitar compartirles el mensaje que me envió un compatriota residente en Massachusetts, Estados Unidos, investigador científico que se desempeña como subdirector de un programa de reintegración social, cuyo nombre lo reservo, por si las moscas.
Me cuenta: En 2005, después de ganar las elecciones para sheriff del condado de Worcester, Guy Glodis anunció en el diario local The Worcester Telegram que para conocer la realidad y en carne propia lo que era la cárcel y cómo se siente estar preso, “Pasaría una noche en una de las celdas de máxima seguridad”.
“Los que trabajábamos allí –y en parte fuimos partícipes indirectos e involuntarios de la farsa- nos dimos cuenta de los preparativos durante aquel día en el área conocida como “Maxi A-1”, de la cual, previamente al ingreso del sheriff Glodis, los cuerpos especiales de seguridad retiraron a todos los reos de alta peligrosidad allí encarcelados y los llevaron a dormir al gimnasio por una noche”.
A eso de las 9 p.m. llegó el sheriff que acababa de tomar posesión del cargo. No escogió un “modular de reos de mediana seguridad”, sino el área que albergaba a los delincuentes sentenciados por asesinatos y otros crímenes horrendos que pasan encerrados 23 de las 24 horas del día; pero esa noche durmieron a cientos de metros de distancia, bajo más de siete llaves y con cercos de alambre espigado a su alrededor.
La edición del periódico del domingo siguiente publicó un suplemento especial que mostraba, entre otras gráficas, fotografías del sheriff Glodis “haciendo tiempo carcelario”, acostado en el escueto matre de aquella infeliz celda pintarrajeada con números y leyendas propias de la soledad y desconsuelo de presos que pasan largo tiempos a solas.
Lo que no dio a conocer el diario fue el portaviandas que le habían llevado al sheriff de su restaurante favorito de carnes, el “Chop House”, ni las revistas deportivas y de otras especialidades de índole femenina que le proporcionaron para que se entretuviera, como tampoco su BlackBerry para que enviara y recibiera mensajes de texto de sus más allegados, fuera de su teléfono móvil, para comunicarse, también, sólo con sus íntimos familiares durante su “privación de libertad de 24 horas”. Tampoco se reveló que le ingresaron su ropa deportiva, para que hiciera gimnasia.
Esta “Anécdota de carnes, huesos y barba que yo viví para contarlo –agrega mi paisano que tiene el grado de doctor en su especialidad-, me vino a la memoria cuando en mi computadora ingresé a la Internet para leer los periódicos del lunes pasado de mi amado paisito, y me enteré que el Presidente de nuestra República, allá en el pueblo donde crecí, salió junto a una multitud de capitalinos a conocer la pobreza nacional de primera mano. Fidedignamente, los medios dieron fe de tan honroso acto de piedad y de civismo”.
El compatriota residente en Estados Unidos añade: “Al igual que el sheriff Glodis, el presidente Pérez Molina y miembros de su Gabinete bajaron a las catacumbas y le dieron la mano sin guantes al hambre, a la desnutrición y al abandono injusto en que han permanecido los más miserables de los compatriotas del paisito aquel donde crecí”.
(Para echarle más limón a una herida sangrante, cierto funcionario le contó al pelado Romualdo Tishudo, que a trabajadores rasos de su dependencia que viven en asentamientos urbanos los llevaron a conocer, para su consuelo, cómo viven los más pobres del área rural).