El pasado 30 de marzo se cumplió un año de la muerte del dramaturgo guatemalteco Carlos Solórzano Fernández, quien falleció en México a los 91 años de edad, luego de que le detectaran un cáncer de páncreas, que lo mató a sólo un mes después del diagnóstico.
Carlos Solórzano nació en San Marcos, Guatemala, en 1919; fue educado por una institutriz alemana, junto con sus hermanos. En la Revista de la Universidad de México, Ricardo García Arteaga, refiere que el dramaturgo llegó al país a los 17 años, debido a que no pudo continuar su educación en Alemania.
A su arribo, de manera inmediata ingresó a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para cumplir con el deseo familiar, y a la vez estudió letras hispánicas en la institución por vocación personal.
Su vida docente la inició como adjunto de la cátedra de literatura mexicana por invitación del maestro Francisco Monterde, donde estuvo por poco tiempo, debido a que viajó a Francia tras obtener la beca Rockefeller.
Antes de viajar a París se casó con Beatriz Caso, hija del arqueólogo y reconocido investigador Alfonso Caso, con quien procreó a sus dos hijas Beatriz y Juana Inés.
Después estudió en Francia y desarrolló su gusto por la disciplina escénica en un ambiente –según describe García Arteaga– revestido de una gran solemnidad, ya que el teatro de posguerra funcionó como un examen de conciencia.
Al regresar Solórzano con su esposa a México en 1951, fue invitado por Horacio Labastida para que se encargara de un proyecto de teatro profesional para los universitarios. Años después, el dramaturgo dirigió el Teatro de la Nación del IMSS (1977-1980).
Durante 10 años fue crítico teatral, especialista y difusor del arte escénico latinoamericano y maestro de las cátedras de teatro mexicano e hispanoamericano en la carrera de literatura dramática y teatro de la Facultad de Filosofía y Letras.
Solórzano es autor de los libros de ensayo “Del sentimiento plástico en la obra de Unamuno” (1944); “Unamuno y el existencialismo”; de la obra de teatro “Espejo de novelas”, “Las manos de Dios” y “Los fantoches”, entre otros.
Respecto de la muerte de Carlos Solórzano, algunos especialistas expresaron su consternación, como Armando Partida, director e investigador de teatro, quien señaló: La importancia del doctor Solórzano es muy amplia. Contribuyó a la renovación del repertorio del teatro mexicano a partir de 1952. Lamentamos mucho la pérdida física, pero su trabajo, su obra será siempre un modelo de inspiración para la gente que se desarrolla en la academia, la investigación y la práctica de las artes escénicas.
Jaime Chabaud, investigador, crítico de teatro y editor, dijo: Fue uno los constructores del teatro universitario y, además, promotor de la dramaturgia latinoamericana en México, lo que suena fácil y rápido decir, pero es más complicado. También se debe destacar su trabajo en el Fondo de Cultura Económica, porque nos dio un punto de referencia a quienes estudiábamos teatro en la década de los ochenta.