Los Diarios de viaje de 1800, 1803 y 1804 —que ahora se publican por primera vez en castellano— reflejan las variadas experiencias del niño y el adolescente Schopenhauer en su primer contacto con el ancho mundo: Alemania, Holanda, Francia, Inglaterra, Suiza, Austria: visitó innumerables museos, contempló célebres monumentos y paseó por espléndidos jardines.
Respiró la atmósfera de las grandes ciudades con sus tráfagos y ajetreos: Ámsterdam, Londres, París; soportó las inclemencias del tiempo recorriendo en coche de caballos por las más variopintas regiones; lo sobrecogió la sublime hermosura de los Alpes; subió montañas y trabó relación con gentes de todos los estamentos sociales. Fue un turista instruido cuando el turismo era un lujo y una prioridad cultural de las clases adineradas; viajó para aprender y ello le ayudó a pensar mejor, con la mente despejada, abierta y clara. Los interesantes diarios de aquellos primeros viajes no contienen textos filosóficos, pero sí testimonios de unos días plenos de experiencias vitales para Schopenhauer, sin las cuales habría sido vana su posterior filosofía.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) fue el padre del pesimismo filosófico; “la vida es sufrimiento” es su aserto más celebre. Se le recuerda como el pensador malhumorado y, para quienes desconozcan su biografía, suponer que sufrió mucho sería lo más lógico. Sin embargo, Schopenhauer no tuvo una vida trágica; en nada se asemejó, por a un Nietzsche camino de la locura, ni a un Wittgenstein descreído y en perpetua lucha contra sus pasiones. Llevó una vida sin grandes incomodidades y lo más parecida a la de un reposado rentista amante de la costumbre.
Schopenhauer fue un hombre de mente lúcida, curioso y cosmopolita; y uno de los filósofos alemanes más viajeros de todos los tiempos. Sabemos que en sus viajes el filósofo pesimista fue incluso feliz. A Italia fue de vacaciones después de haber terminado a los treinta años de edad, su obra capital. En “el país donde florecen los limoneros” gozó de las ruinas de la Antigüedad y demás tesoros artísticos; del paisaje de la Campagna tanto como de los arreboles multicolores de las puestas de sol en el Mediterráneo; y de algo más, tal y como comentó con picardía en su vejez: “En Italia no sólo disfruté de la belleza, sino también de las bellas”.
Su padre, un acaudalado comerciante de Danzig, quería que su primogénito fuera un “hombre de mundo” y que creciera libre de prejuicios; que aprendiera a ver las cosas tal como son. A ello contribuyeron los viajes por Europa que otorgaron al niño Schopenhauer carta de mundanidad, una pátina de cosmopolitismo y nada menos que los pilares de su método filosófico basado en la reflexión nacida de la experiencia directa del mundo.
SCHOPENHAUER
Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. En su obra tardía, a partir de 1836, presenta su filosofía en abierta polémica contra los desarrollos metafísicos postkantianos de sus contemporáneos, y especialmente contra Hegel, lo que contribuyó en no escasa medida a la consideración de su pensamiento como una filosofía «antihegeliana».
Su trabajo más famoso, Die Welt als Wille und Vorstellung (El mundo como voluntad y representación), constituye desde el punto de vista literario una obra maestra de la lengua alemana de todas las épocas. Supone además una de las cumbres del idealismo occidental, y el pesimismo profundo (que no profundo pesimismo) que perdura en la obra de escritores y pensadores de los siglos XIX y XX, de la talla de Sigmund Freud, Friedrich Nietzsche, Thomas Mann, Ludwig Wittgenstein, Émile Cioran, Carl Gustav Jung, León Tolstói, Albert Einstein, o Jorge Luis Borges, entre otros.
Arthur Schopenhauer nació el 22 de febrero de 1788 en el seno de una acomodada familia de Danzig. El padre de Arthur, Heinrich Floris Schopenhauer, fue un próspero comerciante que inició a su hijo en el mundo de los negocios, haciéndole emprender largos viajes por Francia e Inglaterra. Su madre, Johanna Henriette Trosenier, fue una escritora que alcanzó cierta notoriedad al organizar soirées (veladas) literarias en la ciudad de Weimar. Tales reuniones le brindaron al joven Arthur la oportunidad de entrar en contacto con grandes personalidades del mundo cultural de su tiempo como Goethe y Wieland. Por lo demás, el carácter extrovertido y jovial de Johanna contrastaba con la hosquedad y misantropía de su hijo. De ahí que la relación entre ambos fuera bastante conflictiva. Este rasgo de la personalidad de Schopenhauer condicionó también el trato con su única hermana, Adele, nueve años menor que él.
En 1793, poco antes de que Danzig fuera anexada a Prusia, la familia se trasladó a Hamburgo. Por expreso mandato paterno y a contramano de su propia vocación, Schopenhauer inició en 1805 la carrera de comercio en calidad de aprendiz. Ese mismo año murió su padre, presumiblemente por suicidio. No obstante, Arthur siempre llevó una buena relación con él, estima que aparece en sus escritos al agradecer que su independencia económica heredada de su progenitor le hubiera permitido llevar a cabo su verdadera vocación. Al morir Heinrich Floris, el resto de la familia se trasladó a Weimar. Es allí donde su madre decidió iniciar las ya mencionadas tertulias literarias. Arthur, sin embargo, permaneció en Hamburgo con el fin de ejercer la profesión de comerciante.
Pero, poco antes de cumplir los veinte años de edad, Schopenhauer decidió abandonar definitivamente el comercio para emprender estudios universitarios. De este modo, en 1809, se matriculó como estudiante de Medicina en la Universidad de Gotinga, donde asistió a varios cursos. Allí conoció a Gottlob Schulze, un profesor de filosofía que le aconsejó emprender el estudio pormenorizado de Platón y Kant, para que luego lo complementara con la lectura de las obras de Aristóteles y Spinoza.
La lectura de estos autores despertó en Schopenhauer su vocación filosófica y en 1811 se trasladó a Berlín, donde estudió durante dos años, para seguir los cursos de Fichte y Schleiermacher. Sin embargo, ambos filósofos —muy en boga por aquel entonces— sólo consiguieron decepcionarlo. Algo parecido puede decirse de Schelling, a quien Schopenhauer leyó intensamente, como también a Fichte, en sus años de estudiante en Berlín. A pesar de haberse pasado a la facultad de filosofía, Schopenhauer también se matriculó en cursos de filología clásica y de Historia y asistió también a un buen número de cursos de ciencias naturales, pues consideraba que estos conocimientos ampliaban y reforzaban su formación filosófica.