Antes, cuando alguien no quería mojarse con la lluvia, era corriente que le criticaran diciendo que ni que fuera de azúcar, tomando en cuenta lo que el agua hace con los granos del edulcorante. Pues leyendo el reportaje que publicamos hoy sobre la enorme vulnerabilidad que presentan 8,300 lugares de la geografía nacional ante la llegada del inminente invierno, tenemos que concluir que para muchísima gente están viviendo en territorio que parece de azúcar que se puede desmoronar con las primeras lluvias.
Cada invierno es un dolor de cabeza para Guatemala que está definida por organismos internacionales y entidades que se ocupan de la vulnerabilidad ante desastres naturales como uno de los países más riesgosos de la Tierra. No es únicamente que estemos situados en donde confluyen fenómenos tropicales, sino que además somos un país que ha descuidado por completo su ecología y que ha construido en lugares inadecuados y peligrosos donde se hacinan precarias viviendas que año con año corren el riesgo de una correntada o un deslave.
La tala inmoderada hace que muchísimas montañas y barrancos en el país sean de altísimo riesgo porque la falta de árboles y de sus raíces hace que la tierra se lave y provoque grandes deslizamientos. La pobreza secular de nuestro país expone a mucha gente al riesgo porque les obliga a vivir en condiciones de gran precariedad y a construir sus frágiles viviendas en los lugares que nadie ocupa precisamente por el peligro que entraña su ubicación.
El pobre no tiene posibilidad de escoger dónde vivir y se tiene que adecuar a lo que encuentra, a donde puede levantar su champa sea porque pudo hacerse de los derechos legales sobre el terreno o porque, por sus condiciones topográficas, a nadie le interesa y está “disponible”.
Están identificados los sitios de mayor riesgo, pero eso ayuda poco debido a que la gente se resiste a abandonarlos aun sabiendo que se juegan la vida. Sus escasas pertenencias constituyen todos sus haberes y no los quieren abandonar ni siquiera ante la advertencia de que puede ocurrir una tragedia.
Una política adecuada de prevención de desastres es necesaria, pero también es cara y se requiere de fuerte inversión para atender a cientos de miles de personas que sufren las consecuencias de su pobreza y del abandono que mostramos ante el necesario equilibrio ecológico. Pero es fundamental que se presente una estrategia coherente para buscar el financiamiento adecuado porque resulta imperdonable que sabiendo la grave expectativa que nos presenta todo invierno, no podamos hacer nada para salvar vidas y evitar tragedias.
Minutero:
Entender la corrupción
como causa de perdición
es el punto de partida
para encontrar la salida