Sobre las propuestas agrarias y rurales


Edgar-Balsells

El apetito agrario de los campesinos es uno de los temas de mayor inquietud a lo largo de los dos siglos pasados. Abundan los tratadistas que dedicaron horas de estudio a este complejo tema, en virtud de que la transición de las sociedades pasa de una vida en comunidad, hacia una vida en sociedad, en donde lo urbano y lo rural son dos caras de la misma moneda.

Edgar Balsells


En nuestra actual coyuntura el tema ha pasado al primer plano, al punto de que las altas autoridades del Ejecutivo han puesto en la mesa principal de discusión asuntos como: la conflictividad agraria, el uso y explotación de los recursos naturales, la tenencia de la tierra y el catastro, y por supuesto las presiones por una Ley de Desarrollo Rural.

Los análisis abundan, las agendas proliferan y por supuesto, en un país formalista y procesalista por excelencia, las iniciativas de ley están a la orden del día, al punto que si un grupo propone una, es muy posible que al día siguiente otro de los grupos de interés difunda otra propuesta.

En un país en donde se formulan iniciativas de ley como cambiarse de calcetines, llama también la atención, la carencia de propuestas concretas y realistas en torno al tema, siendo que se habla por ejemplo de “empresas familiares campesinas”, a la antigua usanza de la Rusia de inicios del siglo XX, pero cuando uno escudriña en el cómo, las generalidades y vagas apreciaciones dominan el escenario.

Los antropólogos, analistas políticos y diversos centros de pensamiento que vienen liderando académicamente las propuestas de las plataformas campesinas, hablan de un tema más que centenario, relacionado con el hecho de que la vida en comunidad rural viaja a contrapelo de las tendencias modernizantes de las sociedades capitalistas y competitivas. Hablar de eso resulta ser algo intrínseco al cambio social.

Y como no hay concreción, las propuestas subliminales abundan: le corresponde entonces al Estado, configurar toda una política pública de mantenimiento de  esa vida en comunidad, basada talvez en una serie de empresas familiares campesinas de las cuales se habla muy poco: qué producirán, cuáles serán sus costos, cómo distribuirán lo producido y cómo permanecerán y se alimentarán al mismo tiempo.

La investigadora guatemalteca Marta Elena Casáus, al relatar la biografía del Marqués de Aycinena, nacido en Ciga, valle del Batzán, Navarra, en 1729, nos relata cómo el joven se vio obligado a emigrar a América. El joven Aycinena simplemente eligió la diáspora en virtud de que el crecimiento poblacional, la estrechez económica y otras disposiciones de la vida en comunidad permitían así desfogar la tendencia ineluctable al agotamiento de los recursos. Esa es  una tendencia, a pesar de las diferencias con un campesino guatemalteco actual,  que está presente en toda vida en comunidad, desde tiempos inmemoriales.

El hablar tan sólo tangencialmente de conformar “unidades familiares campesinas” y el apego a la tierra y los recursos naturales para la sobrevivencia y la alimentación son temas de importancia crucial y de ninguna manera se minusvaloran, pues una sociedad que no busca su seguridad alimentaria y bienestar básico está llamada a la entropía. Sin embargo, muy bien harían quienes lideran académicamente estas “propuestas” adentrarse en los desafíos técnicos que la actualidad demanda.