El 2 de abril de 1982 comenzó una guerra que no debió haber sucedido pero aconteció. Entre sus causas determinantes ocupan un lugar destacado los móviles políticos que impulsaron a quienes gobernaban a la Argentina y al Reino Unido en aquel entonces.
Del lado argentino, una tenebrosa dictadura militar encabezada en ese momento por el general Leopoldo Galtieri, buscó un reconocimiento que torciera el rumbo de descrédito y condena tanto doméstico como internacional, al que lo había conducido la práctica sistemática de un sanguinario terrorismo de Estado. Del lado británico, una políticamente alicaída Margareth Thatcher procuró encontrar un nuevo aire que la legitimara. Y lo consiguió, de la mano del éxito bélico. El fracaso argentino, en cambio, determinó la salida de los militares y aceleró el proceso de transición a la democracia.
A 30 años de la contienda, la cuestión Malvinas lejos de haber quedado adormecida ha cobrado un nuevo impulso. Conviene revisar por qué y qué perspectivas se abren.
Con la reinstauración del orden republicano, los sucesivos gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem reiniciaron las demandas y requerimientos por la vía diplomática y pusieron en marcha diversas iniciativas que no obtuvieron mayores resultados, pero mantuvieron viva la llama del reclamo. Con la llegada de Néstor Kirchner al gobierno se retomó una línea sólida de reivindicación de los derechos de soberanía de Argentina sobre las Islas y de acción en favor del cumplimiento de las numerosas resoluciones de Naciones Unidas que instan al reinicio de conversaciones bilaterales -la primera de ellas data del año 1965- con el objeto de resolver el diferendo. Se inició de este modo una persistente tarea de hilvanar apoyos, trabajar ante organismos internacionales –especialmente, pero no exclusivamente la ONU– impulsar acciones exclusivamente pacíficas, y conseguir consensos y adhesiones, que ha sido continuada y profundizada por nuestra Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Se trata de una estrategia de largo aliento, que en el marco de un mundo trastocado por la crisis financiera de 2008 y por las tribulaciones económicas del G-7 y la Unión Europea, pero en el que también despuntan novedades notorias como la aparición de pujantes países emergentes, ha dado destacables resultados.
Durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, la cuestión Malvinas se ha mantenido encuadrada en los marcos del Comité Especial de Descolonización de la ONU y de las preexistentes Resoluciones de su Asamblea General 2065 (XX), 3160 (XVIII), 31/49, 37/9, 38/12, 39/6, 40/1, 41/40, 42/49 y 43/25 que convocan a las partes a reanudar las negociaciones bilaterales para logar una solución pacífica al conflicto de soberanía. Pero además Argentina ha conseguido el acompañamiento y el apoyo del Grupo de los 77 más China, de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y de UNASUR, entre otros. Y naturalmente del Mercosur más Bolivia y Chile (Mercosur ampliado). Lo que ha dado como resultado decisiones tales como la de no dar atención en puertos sureños a las naves de guerra británicas que prestan servicios en Islas, así como a los pesqueros que operan con bandera de conveniencia de Malvinas. Son hechos que implican un costo material para el Reino Unido, pero que sobre todo tienen un significativo valor simbólico: materializan un respaldo y expresan una demanda de respeto hacia las Naciones Unidas, los regímenes internacionales y las reglas básicas de convivencia en el mundo. Puede incluso mencionarse como una pequeña muestra de solidaridad y acompañamiento, que en casi un centenar de países se han constituido ya comités de apoyo a Argentina por la cuestión Malvinas (entre ellos Guatemala y la propia Gran Bretaña).
El Reino Unido, por su parte, continúa con sus viejas actitudes. Se niega a iniciar conversaciones bilaterales no obstante las resoluciones de la ONU antes dichas y explota unilateralmente recursos naturales de las Islas, también en contra de lo recomendado por aquellas, que instan a no innovar. Es que el despojo ha sido una actitud consustancial al colonialismo. Tanto más en épocas de penuria como la que actualmente padece la otrora gallarda Albión. Asimismo, su declinación económica la ha llevado a desprenderse de sus portaaviones, lo cual ha redundado en el fortalecimiento de una amplia red de bases en el Atlántico Sur que incluye las islas de Ascensión, Santa Helena, Tristán Da Cunha, Georgias y Sandwich del Sur, sus bases en la Antártida y en las propias Islas Malvinas, apoyado en un sistema interconectado de comunicaciones y radares. En Malvinas mantiene destacado en la actualidad uno de sus buques más modernos, el destructor misilístico HMS Dauntless y una escuadrilla de cazas supersónicos de última generación: los Eurofighter Typhoon. Se sospecha, incluso, que ha desplazado un submarino nuclear al área. ¡Todo esto en una región que ha sido declarada Zona de Paz y Libre de Armas de Destrucción en Masa por los gobiernos del Mercosur ampliado (Declaración de Ushuaia, 1999), que ha sido respaldada por la Asamblea General de la ONU en 2007!
Carente de soportes jurídicos y de argumentos atendibles –la pretensión de que los isleños poseen derechos de autodeterminación es insostenible– los británicos agitan lo único que les queda: el garrote militar. No es la primera vez que sucede. Argentina padeció intervenciones militares inglesas en 1806, 1807, 1833 y 1845. Pero hay más: la red de bases británicas en el Atlántico Sur empalma con los intereses de la OTAN y con los temores que despierta el formidable desarrollo de la China.
Así las cosas, puede decirse que la estrategia argentina viene creciendo arropada por las nuevas condiciones del mundo en que vivimos. La emergencia (negativa) que viven los países del G-7 es correlativa a la emergencia (positiva) de los países llamados precisamente emergentes, que son los que sostienen hoy el dinamismo económico del orbe. En este contexto, se viene procesando a escala mundial una reconfiguración de las relaciones económicas internacionales y de las constelaciones de poder que lo recorren. En este nuevo tiempo que hoy apenas despunta, el viejo colonialismo, su arrogancia y su contumacia tendrán probablemente cada vez menos espacio, por más empeño que pongan en permanecer iguales a sí mismos.
En perspectiva, a nivel Malvinas se vislumbra una pugna entre la prepotencia de la fuerza y la persistencia de la diplomacia (y de la razón) en el interior de un mundo en transición. Hace pocos días nuestra Presidenta, ante la inflamada retórica militarista británica, hizo un llamado encomiable. Dijo: “Démosle una oportunidad a la paz”, en lo que fue una respuesta tan sencilla como rotunda. De eso simplemente se trata desde el punto de vista argentino. De no escalar y de abrir una pacífica vía de diálogo y negociación, tal como lo vienen recomendando las Naciones Unidas desde hace más de cuatro décadas.
(*) Embajador de Argentina en Guatemala