Conmovido por una triste noticia


Oscar-Clemente-Marroquin

Esta mañana, comunicándome con el extraordinario amigo Rolando Barroso para indagar sobre avances médicos en Cuba, quien fuera agregado de prensa de la Embajada de su país en Guatemala me comentó sobre la muerte de la hija de Aroldo Sánchez, director de Guatevisión y viejo amigo que compartió muchos años con nosotros en esta empresa periodística. Hacía unas semanas, en un almuerzo en la Embajada de España, Aroldo tuvo que retirarse porque su hija tuvo serias complicaciones y fue allí donde me enteré del mal que padecía.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


No sé si estaba de viaje o si se me pasó leer alguna esquela, pero el caso es que no tuve ningún conocimiento del trágico desenlace hasta esta mañana y cuando Rolando me hizo el comentario en uno de sus correos, sentí como un balde de agua fría. De inmediato busqué comunicarme con el colega y amigo para expresarle mis condolencias y le decía yo que justamente en el día en que nuestra familia está celebrando que el mayor de mis hijos cumple 42 años, puedo sentir y entender perfectamente lo que un padre como Aroldo tiene que haber pasado durante los casi dos años que duró la enfermedad de su hija y especialmente los últimos meses que fueron sumamente duros.
 
 Llamé a Aroldo para expresarle el más fraternal de los sentimientos en esta etapa difícil de su vida. Me acordé mucho de cuando él vino a trabajar con nosotros y cómo demostró desde el principio una capacidad y un talento extraordinario que le permitieron ir subiendo con gran rapidez desde la corrección de pruebas hasta convertirse en uno de los editores con más oficio. Bajo la tutela de mi padre, quien siempre fue un gran maestro para enseñar los rudimentos de esta profesión tan compleja y, sobre todo, tan incomprendida, llegó a abrirse muchos espacios y luego fue mano derecha de Gonzalo mi hermano en su programa de noticias por televisión Siete Días.
 
 Varias veces platicamos de temas personales y familiares, pero acaso haya sido en la ciudad de Miami, a donde había ido Aroldo a un curso de la Universidad Internacional de la Florida, donde más oportunidad tuvimos de hacerlo. Con mi esposa fuimos al campus de la Universidad a traerlo para llevarlo a hacer algunas compras para su familia y eso nos permitió una dimensión diferente en la plática, en el intercambio.
 
 La vida de los periodistas es no sólo intensa sino además complicada porque nos toca informar y no siempre se entiende nuestro papel. Y entre nosotros mismos a veces hay diferencias de criterio respecto a la forma en que debemos y podemos cumplir con nuestros deberes, aparte de que el ritmo cotidiano se nos plantea demasiado absorbente y por lo tanto se pierden muchas de esas relaciones humanas, relaciones fraternas que se cultivan por años. Con Aroldo nos hemos dejado de ver y habían pasado muchos años hasta que coincidimos en la residencia del Embajador español, donde me enteré en forma dramática de sus penas, del dolor que venía acarreando por la enfermedad de su hija.
 
 Hoy me sentí profundamente conmovido y apenado por no haberlo acompañado en ese momento trágico y darle el abrazo de hermano que correspondía. No creo que exista dolor más grande para un padre que el de ver morir a un hijo porque uno considera que las leyes naturales hacen que sean los hijos quienes entierren a sus padres. No me es fácil ver a amigos que han tenido esa tremenda pena y ver cómo pueden seguir con su vida luego de perder a alguien que es parte de la razón misma de la existencia. Los admiro por su fuerza, misma que hoy vi en Aroldo cuando le expresé mi pesar y el de los míos.