Fantasía animada


julio-donis

Los ciudadanos hacen como que tienen obligaciones, las cumplen porque un sistema de reglas indica que hay que acatarlas, pero la razón no se conoce bien o no se asume del todo, hay algo que no está bien configurado en la noción del ciudadano.

Julio Donis


De tal cuenta por ejemplo, pagar impuestos supone haber desarrollado ciudadanía fiscal pero los ciudadanos no encuentran la razón por la cual pagarlos, a cambio el Estado no retribuye con la misma urgencia que se necesita, no hay salud digna o educación de calidad para todos. Es un círculo perverso, el ciudadano no encuentra la razón para  aportar y por lo tanto el Estado no tiene los recursos para prestarle servicios al ciudadano, que a su vez busca y encuentra las formas de sobrevivir o de evadir. Los que administran el Estado llegaron a dicha responsabilidad por el ejercicio del voto y otros por designación del cargo; ellos también hacen como que dirigen, alardean con un liderazgo político que es fantasioso, dicen representar colectividades que han sido acarreadas. Ellos hacen la política que afectará a mayorías y beneficiará a minorías, la política ya no es el juego del poder público, se ha convertido en el juego del poder privado. El poder se esgrime para satisfacer los egos y para pagar las facturas de los compromisos y las promesas. Esta gran impostura se construyó con el concurso de todos por mucho tiempo; pasamos del Estado autoritario al democrático según lo dictaron una serie de leyes encabezadas por la constitucional. Esos estatutos no previeron mecanismos y formas de participación ciudadana plena para que ese ejercicio legitimara a la política y a los políticos. Hoy los síntomas de agotamiento y contradicción empiezan a ser evidentes y todos hacemos como que somos democráticos. Los votantes que hacen como que eligen, después ven frustradas sus esperanzas de cambio porque el candidato de su predilección se olvidó de ellos. Los vehículos para alcanzar el poder político han perdido legitimidad, son carros devaluados  que llevan al que mejor pague, no invitan a participar y su combustible está comprometido por todo el viaje, sus conductores han desviado el camino hacia los confines de un mundo clientelar. Desde la constitución del Estado democrático, varios de estos vehículos han sido puestos a circular pero su vida útil es efímera, ninguno ha logrado trascender después de haber conducido el Estado, y ninguno ha perdurado en el tiempo, no logran arraigo social o territorial. Los ciudadanos observan los carros pasar pero no desean subir porque no los reconocen o porque no están invitados. Los que se han atrevido deben afrontar una realidad segregada. Por la carretera democrática también se conducen autos fantasmas, no tienen conductor porque las reglas permiten sin sentido que avancen sin competir por el poder. Los organizadores y jueces de la carrera también hacen como que norman. Las reglas no les permiten sancionar con firmeza y por lo tanto su supremacía ha quedado en entredicho. Esta es la  fantasía animada de la democracia en la que todos hacen como eligen, hacen como que participan, lideran ciudadanos que no se lo creen, dicen y dicen como que hacen, es el juego del autoengaño. Haber vivido tanto tiempo en artificio implica haber desarrollado valores igualmente artificiales. Romper ese hechizo de mentira supondría una vía larga que debe ser inevitable, implica cambiar los valores de generaciones completas que aprendieron la informalidad  a pesar de la formalidad. Un camino más corto impone ajustar las reglas del juego, pero eso supone gran voluntad política de los que son objeto y sujeto a la vez de esas reglas que han sustentado la fantasía en la que vivimos.