Uno de los momentos más importantes de la Historia contemporánea de España y la América española de principios del siglo XIX, dio inicio con la apertura a las Cortes en la Real Isla de León, frente al puerto de Cádiz.
El 24 de septiembre de 1810, se celebró la primera sesión, que dos años después se plasmarían en la primera constitución española. La historia de este proceso y su evolución, está marcado por la intransigencia, intolerancia y nulo respeto a las disposiciones votadas en las urnas por parte de los regímenes absolutistas.
La elección de la Isla no fue casual ya que el puerto de Cádiz estaba bajo el asedio de las tropas napoleónicas aunadas a las epidemias que lo asolaban. Finalmente, la posición geográfica permitiría a los representantes españoles y americanos, pudieran embarcarse y partir hacia América, llevándose consigo el verdadero gobierno. En este aspecto, las Cortes, asumieron un sentido de nación más que de imperio considerando a los reinos iberoamericanos como iguales.
Un teatro cómico (actual teatro de San Fernando) fue elegido como el sitio de reunión, motivo por el que fue adaptado por el arquitecto Antonio Prat, para darle una forma elíptica en el que pudieran instalarse los asientos de los diputados. Este mismo modelo, sirvió para la adaptación que tuvo que hacerse en la iglesia de San Felipe Neri, cuando este cuerpo se trasladó a la ciudad. Es interesante puntualizar el decorado que adornaba el recinto. Si bien estaba el retrato de Fernando VII, lo que más destacaba era un medallón colgado del techo en el que un león desenvainando un espada, dispuesto a combatir. A esta iconografía se sumaba las virtudes representadas en figuras que se identificaban con la Justicia, la Fortaleza y la Sabiduría. Se completaba este simbolismo con dos hemisferios que representaban a la península y al continente. En otras palabras, en ese momento, existía el poder real y el poder de las Cortes.
Ambos poderes en el ideario de los diputados tenían como fin, el de construir una nación. Identificar qué y quienes constituían esa nación era el objetivo inmediato. Una medida atinada, por parte de los parlamentarios, fue la de elegir representantes supletorios de los reinos peninsulares ocupados por Napoleón y de los americanos que habían iniciado la guerra de independencia impidiendo con el levantamiento elegir sus representantes.
En el “Diario de sesiones de Cortes” se anotó que se reunieron, ciento dos diputados, incluyendo asiáticos. Lo que indicaba la total representatividad de todos los territorios de la monarquía y por lo tanto su función parlamentaria y constitucional trascendía en materia legislativa.
Previo al inicio de sus actividades, los diputados marcharon escoltados por tropas reales y del ejército, hacia la iglesia de San Pedro y San Pablo, para participar en la misa que ofició el cardenal La Scala, arzobispo de Toledo. La ciudad y sus vecinos celebraron el acontecimiento, con cantos patrióticos, lanzando flores a los parlamentarios, doblando campanas, y con salvas de artillería.
Al finalizar la misa, tomo la palabra el obispo de Orense, Pedro Quevedo, quien hizo una oración exhortatoria. A continuación, siguiendo el protocolo, el secretario de Estado y de Gracia y Justicia, Nicolás María de Sierra, leyó los artículos del juramento que debían jurar los diputados:
«¿Juráis la santa religión católica, apostólica, romana, sin admitir otra ninguna en estos reinos?»
«¿Juráis conservar en su integridad la nación española, y no omitir medio alguno para libertarla de sus injustos opresores?»
«¿Juráis conservar a nuestro amado soberano, el señor don Fernando VII, todos sus dominios, en su defecto a sus legítimos sucesores, y hacer cuantos esfuerzos sean posibles para sacarlo del cautiverio, y colocarlo en el trono?»
«¿Juráis desempeñar fiel y legalmente el encargo que la nación ha puesto a vuestro cuidado, guardando las leyes de España, sin perjuicio de alterar, moderar y variar aquellas que exigiese el bien de la nación?»
Siguiendo el «Diario de sesiones de Cortes» en este se consignó que los diputados pronunciaron al unísono el «Si, juramos». De dos en dos, desfilaron a «tocar» el libro de los Evangelios. Al terminar el presidente digo:
«Si así lo hiciereis. Dios os lo premie y si no, os lo demande». Después se escuchó el himno Veni Sancti Spiritus seguido del habitual Te Deum.
Las Cortes diferían notablemente de las anteriores. No eran estamentales y privilegiadas como las de los periodos de gobierno absolutista. Los diputados ostentaban la representación de sus provincias, juntas, y cabildos, de sus territorios. Faltaba también el que se consideraran representantes de la nación.
A la salida de la iglesia, la comitiva se trasladó al teatro, donde las galerías estaban ocupadas, en el piso principal, por embajadores, miembros del cuerpo diplomático, altos oficiales del ejército, y señoras de alta distinción. En las demás galerías se ubicó un gran gentío que aclamó a los diputados. Después del discurso del presidente de la Regencia siguió la elección del presidente y secretario de las Cortes se procedió a la elección del primer presidente de este organismo quedando electo el señor Lázaro Dou, y para secretario Evaristo Pérez de Castro.
A las horas de iniciada la actividad, uno de los representantes de Extremadura procedió a intervenir exponiendo la conveniencia que las Cortes generales y extraordinarias tenían la debida legitimidad y que por lo tanto en ellas residía la soberanía, así como la conveniencia de dividir los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial. De igual forma que se renovase el reconocimiento legítimo del Rey Fernando VII, y rechazara la renuncia hecha en Bayona.
Una de las intervenciones más relevantes vino de parte de un clérigo, Diego Muñoz Torrero, quién propuso que las Cortes asumieran la soberanía nacional, una propuesta liberal, que contrastaba con su condición de eclesiástico. Pero su postura reflejaba el futuro enfrentamiento entre la Iglesia identificada con el Antiguo Régimen y el liberalismo con el que simpatizaban varios sacerdotes y religiosos.
Las Cortes, en particular la facción liberal apoyó de inmediato la propuesta. Don Manuel Luján también diputado por Extremadura presentó a continuación al secretario de la Cámara, un pliego que recogía la petición de Muñoz Torrero con puntos adicionales, once en total. En realidad fue una táctica estudiada por grupos de liberales que venían reuniéndose en tertulias previas en cafés y casas privadas.
La propuesta de Muñoz Torrero trataba puntos básicos y neurálgicos, el primer punto declaraba: “hallarse los Diputados que componen este Congreso, y que representan la Nación, legítimamente constituidos en Cortes generales y extraordinarias, en quienes reside la soberanía nacional”. El escándalo de la propuesta radicaba en que la soberanía no la otorgaba el Rey, sino la “nación”.
Sin embargo, las Cortes reconocían como rey a Fernando VII, desafiando lo hecho por Napoleón. A simple vista podría parecer que era un síntoma de lealtad, pero viéndolo más despacio, al tiempo que reconocían al monarca como el auténtico rey, eran las Cortes, las que le daban ese reconocimiento.
En el artículo tercero se hacía referencia a la división de poderes. En el quinto: las Cortes pidieron a los miembros del Consejo de Regencia que asumieran el poder ejecutivo. En el sexto: solicitaron al mismo organismo que les reconociera, que ellas eran las depositarias de la soberanía nacional: de esto se deducía que el monarca y el poder legislativo estarían desde ese momento en adelante, subordinados a las Cortes que en ese momento representaban el poder legislativo. De hecho, durante toda la situación revolucionaria de 1810 a 1814 asumieron tareas propias del poder ejecutivo. El penúltimo punto decretaba que los diputados fueran inviolables.
Las cosas sin embargo no fueron fáciles, aún estaba en activo la inquisición y los diputados temían que pudiese actuar contra ellos. Siendo esta situación, el origen del fuero de inviolabilidad. Por otra parte, el consejo de regencia no aceptó en forma unánime la petición de las cortes, el obispo de orense, Pedro Quevedo, se opuso hostilmente, y se negó a reconocerlas como depositarias de la soberanía.
Por otra parte las cortes resolvieron paralizar cualquier decreto hasta que no se resolviera la hora en que tenía que ser publicado también en América, sino que se articularían los medios legales necesarios para que fuera obedecido por las autoridades españolas. en este punto se encuentra una de las características de estas cortes que las hacen únicas en esta década de la historia del parlamentarismo, al elevar a la categoría de nación a los antiguos territorios del monarca, tanto peninsulares como americanos.
La participación del diputado por el Reyno de Guatemala, el Dr. Antonio de Larrazábal, su actuación como parlamentario ha sido estudiada por varios autores historiadores o no, sin embargo destaco al Lic. Jorge Mario García Laguardia, quien a mi criterio es la máxima oportunidad sobre este tema.
El presente artículo, está basado en el libro de Manuel Chust “América en las Cortes de Cádiz (Aranjuez, Doce Calles, 2010)
* Académico de Número. Academia de Geografía e Historia de Guatemala