A propósito del Día Internacional de la Mujer


Resulta difícil tratar de expresar y a la vez combinar la vivencia personal con los sentimientos, este 8 de marzo, a 11 años del inicio del nuevo milenio y a la vuelta del tan comercialmente difundido, patético e improbable fin del mundo, me invade un cúmulo de pensamientos y sentimientos, al ser éste un día doblemente significativo en mi vida, ya que además de conmemorar la dignidad y lucha femenina, tuve la dicha de nacer en un día como éste.

María José Cabrera Cifuentes

 


No puedo evitar por ambas razones sentir una inmensa dicha en mi orgulloso corazón femenino y una gratitud inconmensurable hacia todas aquellas mujeres que con su ardua lucha abrieron la posibilidad de que la mujer situara su gama de oportunidades junto a la de los hombres, lucha que hoy se ensalza, y se reconoce especialmente.
Ha sido un largo y abrupto recorrido el que muchas mujeres valientes y emprendedoras, de distintas generaciones han emprendido para colocarnos en la situación en la que las mujeres vivimos el día de hoy; no obstante, cabe mencionar, que muchas de las luchas que hasta el día de hoy se siguen sosteniendo por múltiples movimientos que, si bien, en un principio constituyeron una fuerza fundamental en la consecución de los derechos de las féminas, son hoy innecesarias y un tanto contradictorias.
Resulta paradójico que muchos de dichos grupos proclamen con vehemencia su incansable  lucha para alcanzar la tan ambiguamente concebida equidad, y que, a la vez exijan afanosas ser tratadas de distinta forma; resultando en nada más que una suerte de retorcida autodiscriminación.
En repetidas ocasiones, como mujer me he sentido discriminada al sentirme compadecida por mi “condición femenina” (cual si fuera una enfermedad) situación materializada, por ejemplo, en la existencia de una ley especial para castigar la violencia conferida en contra mía o de mis congéneres producto de la noción de una inexistente fobia generalizada hacia la mujer; y más allá de todo eso, lamento profundamente que muchas mujeres se sigan sintiendo victimas por el simple hecho de ser mujeres. 
Es verdad, los asesinatos y la violencia en contra de la mujer son parte de una realidad deplorable y aborrecible, pero igualmente punzante para la sociedad son los homicidios contra el género masculino, que, cabe mencionar, superan por un buen número a los primeros.
¡Menuda incongruencia! La igualdad es una realidad que debe apuntar hacia todas las direcciones, por lo que será imposible lograrla mientras se sigan demandando privilegios y excepciones, mientras el discurso de ideales y la demanda de prácticas sean incoherentes. ¿No vale tanto la vida de un hombre como la mía, o de cualquier mujer? ¿No debe ser castigada de igual forma la violencia contra cualquier ser humano? ¿No hemos hablado hasta quedarnos sin palabras acerca de la “equidad de género”?
¡Es momento de situar las cosas en su justo lugar! No se puede blandir una espada contra un imaginario, o peor aún, contra un espejo.  Es tiempo de reconocer los nuevos derroteros que nos traza el futuro, y dejar en el pasado las luchas que ya fueron luchadas, de renovar el discurso y de levantarnos dignas y majestuosas, no delante ni detrás de los hombres, sino junto a ellos, y por qué no mencionar también a las minorías sexuales, iguales en derechos y obligaciones, poniéndole punto final al absurdo del machismo y del feminismo, para dar lugar a una tendencia que podríamos denominar “humanismo”; un pensamiento mucho más acorde al siglo en que estamos viviendo, una corriente que encapsule a las anteriores y que vaya en pro de los derechos y la verdadera igualdad entre todos los seres humanos.
A propósito del Día Internacional de la Mujer, quiero desear un feliz día a todas las guatemaltecas, instarlas a que seamos nosotras, las mujeres del tercer milenio, las mujeres del “fin del mundo” las que cambiemos esa realidad de desigualdad a la que nosotras damos lugar, y demostremos el valor que emana desde nuestra esencia interior, y que muchas veces, erradamente, pensamos que proviene del exterior y de la validación que nos den los hombres, los medios de comunicación, nuestro status social e incluso las mismas mujeres.
Engrandezco la lucha personal de cada una de ustedes, y ante la ausencia de un día internacional del hombre, también celebro la batalla de aquellas y aquellos quienes con integridad trabajan por la libertad, la igualdad y la justicia. A ellas y ellos, e incluso a los que no encajan en la descripción, va mi llamado de refrescar lo obsoleto, a caminar con la mirada puesta en el futuro, para lograr que un día, en alguna generación futura, se pueda celebrar diaria e indistintamente, el Día Internacional de la Humanidad.