Luego de leer la forma en que por enésima vez el alcalde capitalino Álvaro Arzú se expresa en el Concejo Municipal, no puede uno dejar de sentir responsabilidad por la forma en la que el expresidente se conduce en la vida pública.
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En Guatemala solemos juzgar los mismos hechos, de corrupción por ejemplo, dependiendo quiénes sean los actores y como tal, no es casualidad que todos los actos que se dieron durante el gobierno de Arzú o el de Óscar Berger, quienes tenías rasgos claros de identificación con los sectores más poderosos económicamente hablando, hayan pasado desapercibidos.
Creemos equivocadamente que Portillo y Colom fueron los gobernantes más ladrones de la historia, lo cual no es cierto porque ellos sí robaron, pero siempre he dicho que igual debemos juzgar a muchos expresidentes, incluidos a aquellos que por su clase social no hemos fiscalizado como se debe y que salieron armados de la Presidencia, junto con sus allegados.
Hay que entender que desde la misma Prensa y no digamos en la sociedad, hay mayor deseo de fiscalizar a un Gobierno cuyos líderes no sean de la crema y nata de la sociedad y por tanto, es que hay una percepción, léase bien, percepción de que con Portillo y Colom hubo más corrupción, extremo que yo rebato porque creo que todos robaron igual o más, pero la diferencia está en que los ciudadanos fuimos permisivos con algunos.
Siempre sostuve que si en la campaña pasada algunos de los dos “jóvenes” candidatos se hubieran dedicado a explotar la falta de transparencia con la que se manejan los millones de la Muni, con fideicomisos bien constituidos que sirven para ocultar y pagar a cuanto exfuncionario se le ocurra a Arzú, el que lo hubiera hecho habría terminado siendo el ganador.
Pero lastimosamente o no tienen la solvencia moral o no se sintieron con el derecho de hacerlo, pues claro está que esquivaron el tema de transparencia de la Muni y por tanto, le sirvieron en bandeja de plata la victoria a Arzú.
Qué hubieran dicho los miembros de esa sociedad que uno mira en eventos sociales e iglesias, por ejemplo, si Álvaro Colom hubiera dicho de forma tan descarada que él gobernaba como le daba la gana y que doña Sandra, una oriunda de Petén, sería la que llevaría las riendas de su Gobierno y que ella se encargaría, junto con los Alejos, de los negocios del Estado. Sin que haya tenido el valor de decirlo así lo hizo, pero la sociedad estuvo atenta para rasgarse las vestiduras, en esa ocasión, por la asquerosa corrupción a la que fuimos sometidos.
Y hay que reconocer que hay cosas positivas como el Transmetro, al que lo único que a mi juicio se le puede achacar, es que por hacer negocio con los transportistas se invirtió dinero en el Transurbano al mejor estilo de los buses rojos de Berger, en lugar de seguir expandiendo el primero o de buscar alternativas para el colapso del tráfico y el sistema de transporte.
No obstante, no podemos dejar de ver las licencias que sin mayor planificación se dan a diestra y siniestra para la gran mayoría que paga mordidas, disfrazadas de aportes para obra, y que contrastan con lo que debe sufrir una persona que desea hacer bien las cosas, pero a la que le ponen peros bajo la excusa del impacto vial que puede causar una tienda de nueve estacionamientos.
Qué decir de Empagua que es dirigida por una persona que si en tiempos de Arzú no se hubiera suprimido el delito de enriquecimiento ilícito, se vería en serios problemas justificando sus millones; no digamos los fideicomisos que él puso de moda desde la Presidencia y que ahora ha tecnificado desde la comuna.
Eso sin mencionar las privatizaciones, concesiones y obras desde la Presidencia. Guatel, que se debe reconocer que abrió el mercado para convertir la telefonía en lo que es hoy, fue privatizada de una forma que burló la Constitución porque ellos sí tuvieron la habilidad de planificar bien el negocio. Campo de Marte, es una vergüenza y así abundan los casos.
En fin, Arzú es resultado de nuestra doble moral para juzgar los hechos iguales y sin duda alguna, él ha sacado ventaja de esa deficiencia que como sociedad tenemos, pues ha llegado y llegará hasta donde la gente, sus electores, lo dejen llegar.