La Semana Santa de Guatemala, ha sido declarada “Patrimonio Cultural de la Nación” Reconocimiento y privilegio necesario y distintivo porque la rememoración de la Pasión de Jesús, pone en acción a todo el pueblo para expresarlo en sus solemnes y originales procesiones y fortalece el espíritu cristiano ante las conmovedoras expresiones de sus bellísimas imágenes.




La Semana Santa de la ciudad de Santiago de Guatemala –de la que es legítima heredera la ciudad de Antigua Guatemala- es un trasvase sevillano de los religiosos franciscanos.
Fue una celebración eminentemente penitencial en la que participaban las Autoridades del Reino y los vecinos. Se fundaron Cofradías con sus Reglas y Ordenanzas. Se celebraron ceremonias litúrgicas, solemnes y procesiones de luz recorrieron las calles de la ciudad de Santiago de Guatemala. Los imagineros legaron para la posteridad, imágenes de Nazarenos con la cruz a cuestas tan reales que parece que con dificultad, van a dar el paso con una mirada tan expresiva y amorosa que conturba; Cristos con una anatomía sorprendente y ajustada a los cánones artísticos. Unos al momento de la expiración, admirablemente captado ese momento crucial, aun con el aliento tibio y otros con un rostro sereno en señal de que todo está consumado. Sepultados que reflejan la serenidad del sueño eterno, palidez y rigidez cadavéricas y señales post mortem inequívocas, Imágenes del juicio como la dolorosa y humillante Flagelación con la espalda rota a latigazos, las equímosis abiertas con un gran derramamiento de sangre y la Coronación de Espinas en mofa de su realeza. Vírgenes
Dolorosas y de Soledad, todas con un logro artístico admirable, con una expresión humana impresionante del sufrimiento y del dolor. El rictus de dolor y soledad captado con maestría artística. Basta estar frente a una de ellas para entablar un diálogo humano-divino trascendente.
Para enriquecer este relato, es necesario remontarnos a la lejanía del tiempo, cuando el seráfico de la espiritualidad y la pobreza, fundó la Orden Franciscana. Al dividirse la Orden Francisca en Provincias, llegaron a Jerusalén en el año de 1263. Por sendas bulas “Gratias agimus” y “Nuper carissimae” su Santidad Clemente VI en el año de 1342, le confió a dicha Orden, el cuidado de velar por los Santos Lugares.
Y fue precisamente en Tierra Santa, donde se iniciaron las liturgias especiales para conmemorar la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo. Y también, donde salieron por las calles de Jerusalén, las primeras procesiones, con carácter penitencial, con Reliquias de la Pasión. La semana de esas conmemoraciones y procesiones, por su naturaleza histórica, litúrgica, penitencial y recogimiento, fue santa.
Ante la imposibilidad que los cristianos tuvieran el gozo y la facilidad de visitar los Santos Lugares, la Santa Sede les dio privilegios a los franciscanos para hacerlos llegar simbólicamente a sus jurisdicciones. A Sevilla –por ejemplo- llevaron como reliquia, una cruz pequeña formada de dos astillas de la verdadera cruz en la que fue clavado y expiró Jesús Nazareno. Con esa reliquia se fundó la Cofradía de la Vera Cruz en el año de 1448 cuando elaboró sus Reglas en el Convento de San Francisco. Hay historiadores que la remontan al año de 1380. Se le tiene como la Primera Cofradía de Pasión. A raíz de esta fundación, nacieron otras de origen gremial.
Otro privilegio franciscano fue, el que pudieran trasladar a su jurisdicción, la representación de la Villa Sacra y recordar los pasos de cuando Jesús Nazareno la recorrió cargado de pesada cruz. Fue en el año de 1521 cuando el Marques de Tarifa, don Fadrique Enríquez de Ribera, al volver a Sevilla después de visitar Tierra Santa dio su apoyo para trazar la Vía Sacra desde su mansión hacia un campo despoblado donde levantaron una Cruz en señal del Calvario. Cada viernes de cuaresma se organizó una procesión y se establecieron doce estaciones, desde su mansión conocida hoy como Casa de Pilatos para terminar en la Cruz del Campo.
Para darle más vivencia a este acto penitencial, cada estación fue señalizada con una cruz.
La Semana Santa en la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de Guatemala, fue un trasvase sevillano de los religiosos franciscanos. Tres evidencias lo testimonian en su monumental templo. La Cofradía de la Vera Cruz, el trazo de la Vía Sacra, desde su iglesia hasta la Cruz del Prado donde años después se levantó la iglesia de El Calvario, las ceremonias de la Crucifixión, el Sermón de las tres horas, el descendimiento y el Santo Entierro de vela y luz con la imagen del Señor Sepultado, al atardecer del Viernes Santo, por las calles de la ciudad de Santiago de Guatemala.
De mi trabajo “La Calle de la Amargura”, entresaco estos datos importantes.
“El 19 de noviembre de 1618, el Alcalde 2º. doctor Juan Luis Pereira y Dovides, partió de la primera estación que está junto a San Francisco y fue reconociendo todas las demás, hasta llegar al sitio de El Campo donde se concluyó la cuenta de los 1321 pasos ‘que son los mismos que la subida de cruz de madera. Se levantó el acta correspondiente y se dio posesión al padre Comisario de los Franciscanos.”
“El 25 de mayo de 1614, el mayordomo de propios de la ciudad, fue autorizado para construir un puente sobre el río Pensativo, en las inmediaciones de la ermita de los Remedios. El 17 de mayo de 1689, el Ayuntamiento “…comisionó al Capitán don Francisco de Fuentes y Guzmán y al ayudante general Cristóbal Fernández de Rivera, para que desmarquen y le den posesión a los franciscanos de los solares para construir las capillas del Vía Crucis.”
“En tiempos que fueron muy florecientes del Obispo Fray Juan Bautista Alvarez de Toledo –franciscano- se construyeron las diez capillas del Vía Crucis que hoy conocemos y que fueron bendecidas en 1691. Diez capillas están a lo largo de la Calle de la Amargura y las otras dos: la Crucifixión y el Sepulcro en el interior de la ermita del Calvario. Así se integraban las doce estaciones del Vía Crucis que desde 1540 practicaban los religiosos franciscanos. Las otras dos estaciones fueron agregadas hasta 1730, para dejarlas definitivamente en catorce estaciones o pasos.”
Desde un marco eminentemente penitencial y espiritual, el Santo Hermano Pedro, honró la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Iglesia de El Calvario “…ofreciendo allí piadosas meditaciones y prontamente piadosos ruegos con los cuales recreaba su espíritu por casi noches enteras…” “De que manera fue verdad y es…por el mismo excesivo amor de su espíritu en la contemplación nunca dejada en aquel templo de la Pasión de el Sr., y con cuantas mortificaciones, y aflicciones, mortificaba también su propio cuerpo, deseando con todas sus fuerzas imitar las piadosas pisadas de su Señor…” A él se debe que la comunidad franciscana con varios vecinos, rezaran cada viernes de Cuaresma, el Vía Crucis en la Calle de la Amargura.
Las Letras Remisoriales (1729) son un respaldo documental de la vida del Hermano Pedro: El Santo de Guatemala, porque cada hecho lo asienta como verdad. “…en el tiempo de Cuaresma, y Adviento. Una vez cada
Semana, se recreaba su espíritu con aquel ayuno de tres días, que desde el Lunes de la Semana Santa hasta el Sábado a mediodía, absolutamente se abstenía de todo manjar, y de los delirios del cuerpo los excitaba con la meditación de la Pasión del Sr., y con otras maceraciones…” El viernes Santo, ex profeso le pedía al lego encargado de la cocina franciscana, que le diera las hieles de los corderos para beberlas en señal de penitencia y a sus alimentos los pasaba por agua para que perdieran todo sabor y de esta forma acompañar a su Señor en la Cruz.
Los Oficios de Jueves Santo en la S. I. Catedral, fueron solemnes. Se levantaba el regio Monumento con figuras bíblicas y evangélicas con profusión de velas encendidas, donde en un tabernáculo de plata, se depositaba al Santísimo. Asistían las principales Autoridades de la Ciudad, ataviadas de sus galas distintivas y ocupaban un lugar de preferencia en la iglesia. La llave del tabernáculo, se le colgaba al cuello al Presidente de la Real Audiencia y Capitán General del Reino.
Y así como Sevilla rememora el humillante juicio celebrado en el amanecer del jueves al viernes santo, con solemnes procesiones de las imágenes de mayor veneración. En la ciudad de Santiago de Guatemala se hizo lo mismo. La Cofradía de Jesús Nazareno de la Candelaria –que ya existía antes de 1582- sacó por primera vez “…en el jueves santo, a la segunda hora de la noche…” una procesión de luces a su venerada imagen. De esa procesión en el amanecer del Viernes Santo, hay testimonio documental fehaciente y es quizá, la primera procesión de la Semana Santa en la ciudad de Santiago de Guatemala. Después lo hizo a las tres horas del mismo Viernes Santo la Cofradía de Jesús Nazareno de la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, llamada “Procesión de Nazarenos” a la que acompañaba desnuda la espalda -para recibir el golpe del flagelo- el Santo Hermano Pedro, cargado de pesada cruz. La Cofradía de Jesús Nazareno de la Candelaria, siempre defendió su primacía. Decían que su procesión era de “tiempo inmemorial.”
Y de la misma manera que el Cardenal don Fernando Niño de Guevara, ordenó en 1604, que las Cofradías de Sevilla, en su recorrido por las calles de la ciudad, debían de hacer estación en silencio en la S. I. Catedral y detenerse frente al Monumento, lo mismo hicieron las Cofradías de Santiago de Guatemala. Eran esperadas por las Autoridades Eclesiásticas, a su paso por la Plaza Mayor.
Al correr de los años se fueron sumando otras Cofradías que hicieron solemne la Semana Santa en la ciudad de Santiago de Guatemala y que trato rescatar del olvido. La primera procesión, fue la de Ánimas, Ecce Homo y Jesús Nazareno de la iglesia Parroquial de San Sebastián.
La iglesia de San Sebastián fue un exponente de la riqueza arquitectónica de la ciudad de Santiago de Guatemala. Su fachada de estuco, labrada con mino y encanto, invitaba a contemplarla con admiración y detenimiento. Cada detalle era un primor de laboriosidad. A pesar del abandono a que fue sometida como las demás joyas arquitectónicas, conservó por largos años el encanto de su singular fechada, hasta que la indiferencia –por un lado- y el terremoto de San Gilberto del 4 de febrero de 1976- por otro lado, rodó por los suelos y así se perdió una preciosidad irreparable que no merecía ese destino.
El Quinto Viernes de Cuaresma, salía de la iglesia de San Sebastián, la procesión de Animas “…con los pasos de las ymagenes de dichas cofradías…” o sean las Animas, Santo Ecce Homo y Jesús Nazareno.
Eran tres pasos los que conformaban esta procesión. Cada una tenía su Cofradía, sus Mayordomos y su Ordenanzas.
Esta procesión acostumbraba visitar las iglesias principales de la ciudad de Santiago de Guatemala –entre ellas- la S. I. Catedral, donde la recibían las Dignidades Religiosas.
Sus vecinos la acompañaban y por ser una procesión de luces, retornaba de noche al templo alumbrada por centenares de cirios de pura cera.
Las imágenes fueron motivo de obsequios devocionales según se desprende de este hecho. Varias de ellas se perdieron y el Maestro Presbítero don Carlos Sunsín de Herrera, cura párroco de San Sebastián, demandó ante la justicia a don Pedro de la
Carrera “…por ciertas alhajas que indebidamente había tomado siendo Patrono de Jesús.”
Al ser requerido por la justicia para responder por las alhajas, don Pedro de la Carrera se opuso “…con trabucos y puñales, a entregarse a la justicia que lo iba a capturar por el delito de robo de ciertas alhajas de la iglesia de San Sebastián…”
Debido al daño que sufrió la ciudad de Santiago de Guatemala con el terremoto de Santa Marta -29 de julio de 1973-, las calles se llenaron de escombros que impedían el libre tránsito. Además las paredes de las casas era una amenaza con las tantas réplicas que posteriormente se sucedieron, por lo que el 16 de marzo de 1776, el Capitán General don Martín de Mayorga ante la próxima Semana Santa, ordenó al Noble Ayuntamiento que “…notifique a los mayordomos, cofrades y diputados de las Cofradías…” que durante la Semana Santa de ese año, sólo deben recorrer las procesiones el “…compás de sus atrios y de sus templos…”
Y para hacer efectiva la orden, se mandó a colocar en las esquinas de las casas inmediatas a los templos, los cedulones que contenían los términos de la prohibición y se hacía énfasis que no recorrieran mayor distancia y que sólo lo debían de hacer en el “…sitio de los atrios y cementerios…”
Los mayordomos de la Cofradía de Jesús Nazareno de la Merced, hicieron gestiones especiales para lograr que se les diera licencia para sacar su procesión de la Reseña el
Martes Santo y suspender la de Viernes Santo en la madrugada. Lograron la licencia y el “…martes santo se hizo la acostumbrada procesión de la Reseña con las mismas solemnidades, que en otros años antecedentes, y no salió la Procesión de Penitencia de jueves santo en la noche…”
Las demás cofradías obedecieron la prohibición y se limitaron al reducido espacio del atrio y el entorno del cementerio. Empero, los Cofrades de Animas de San Sebastián: Germán Morales; del Santo Ecce Homo, Pedro Salvatierra y de Jesús Nazareno, Poncio Quiterio, no acataron la prohibición y llevaron su procesión por las calles que no ofrecían peligro. Al enterarse el Capitán General don Martin de Mayorga, ordenó al Noble Ayuntamiento “remitirlos en calidad de presos a la Ermita…”
Para la Semana Santa del año 1775, los mayordomos de Animas, Germán Morales; del Santo Ecce Homo, Nicolás de Paz y de Jesús Nazareno, Joseph Estafanía, formalmente solicitaron licencia de sacar sus procesiones el quinto viernes de cuaresma, por las calles que no representaran ningún peligro para el “…tránsito de gentes en concurso de procesiones…” y argumentaban que “…anualmente en quinto viernes de Cuaresma ha salido de dicha parroquia la procesión nombrada de las Animas, con los pasos de las imágenes de dichas cofradías…”
El mismo don Martín de Mayorga, otorgó la licencia en la Ermita el 17 de marzo de 1775, con la recomendación expresa de que la referida procesión de Animas, debía de recorrer la calle que de la Parroquia va al patio de la Merced, luego la de la Recolección, la de la Cruz de Piedra y doblar en dirección nuevamente de la Parroquia…” por estar en el día andables sin riesgos alguno para que pueda andar la procesión…” También contenía la licencia, la limitante de que la procesión debía de ser durante el día y a las “seys de la tarde ya debía de estar devuelta en su templo…”
Así fue como esta procesión se mantuvo después del terremoto de Santa Marta hasta 1780, cuando don Martín de Mayorga ordenó el traslado al asentamiento de la Ermita de las Parroquias de San Sebastián y el Sagrario, junto con sus imágenes y enseres. Las tres imágenes de Animas, Ecce Homo y Jesús Nazareno que ilustran esta historia, se encuentran actualmente en el templo de San Sebastián de la ciudad de Guatemala. La orden de trasladar a la Ermita a las principales imágenes de mayor veneración, fue para forzar de esta manera que los habitantes que se resistían al traslado, lo hicieran motivados por el sentimiento de devoción a las imágenes. La reacción de los habitantes, de la ya entonces “arruinada ciudad” de Santiago de Guatemala, fue contraria a los deseos y a las órdenes del Capitán General. Con gran sentimientos las vieron partir y las acompañaron hasta la ermita de Animas desde donde contemplaron su alejamiento. Prefirieron sufrir las limitaciones que les impuso Mayorga como el corte de alimentos y de agua y el trato que se les dio al calificarlos de “terronistas”. Contemplaron con desaliento e impotencia el desmantelamiento y abandono de la ciudad tan querida.
Sufrieron con estoicismo el abandono y aun hasta la suspensión de cualquier oficio para su subsistencia y poco a poco, descombraron sus calles, apuntalaron sus viviendas, reconstruyeron sus templos y la ciudad deseada a desaparecer, renació de sus propias cenizas y con ella sus tradiciones enraizadas de su singular Semana Santa.