Se podría definir a la Universidad como el centro de estudios superiores en el que hombres y mujeres se educan, se forman y adquieren conocimientos de diversidad de disciplinas, que prioriza la búsqueda de la excelencia y se caracteriza por la amplitud de criterios para debatir con libertad y respeto ideas y fundamentos sociales, económicos, culturales, científicos, artísticos y de otra índole, privando el absoluto respeto al derecho a disentir con severo rigor académico y con recíproca consideración entre estudiantes y maestros, y entre sí.
Por supuesto que la empírica definición anterior es superada por otras más exigentes y de profunda reflexión, pero en el aspecto en que cualquier enunciado coincide acerca de lo que se sobreentiende: la violencia física es totalmente ajena a la actividad estrictamente universitaria, porque se privilegia el ejercicio de la razón y la inteligencia a los recursos de la fuerza bruta, que jamás deberá justificarse para pretender imponer argumentos de un grupo de personas sobre otro o el resto del conglomerado que integra la Universidad.
Vienen al caso los párrafos que preceden por recientes hechos de exacerbadas conductas de agresividad física que han ocurrido en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de San Carlos, sin la intención de responsabilizar a un sector estudiantil determinado y sin mediar prejuicios entre bandos contrapuestos que aspiran a dirigir los destinos de la asociación estudiantil de esa unidad sancarlista.
Mediante un extenso documento que recibí, se pormenoriza lo que ha estado ocurriendo en esa facultad universitaria y que culminó en un vergonzoso acontecimiento el jueves 16 de este mes, con la cauda de dos jóvenes gravemente heridos y el supuesto fallecimiento de un tercero como efecto de la golpiza recibida por miembros de uno de los dos grupos que se disputan la hegemonía en la dirección de la asociación de estudiantes de Ciencias Económicas.
El texto precisa que más de una decena de presuntos jóvenes, encapuchados para mayor escarnio de su cobardía, agredieron a tres muchachos, que son sus compañeros de estudios y no enemigos o miembros de una banda delincuencial rival, con una saña impropia de universitarios, pero que es peculiar de pandillas de criminales que suelen atacar a mansalva a sus contrincantes o a personas inocentes para robarles o darles muerte.
Como si se tratase de uno de los tantos linchamientos que suelen ocurrir en diversas regiones del país, los agresores estaban armados con bates de madera, con los que atacaron bestialmente a tres condiscípulos suyos, especialmente en la cabeza, el rostro y la columna vertebral de las víctimas, ante la estupefacción y el terror de cientos de otros estudiantes, que fueron incapaces de intervenir para evitar esa muestra de salvajismo en el edificio S-10 de la Usac.
Señala el documento que en su desesperación e impotencia para defenderse de la rabia que se apoderó de los agresores, los jóvenes vapuleados se refugiaron en el salón 102, poniendo en riesgo a los estudiantes que allí se encontraban, pero las víctimas fueron sacadas a golpes por los encapuchados. “Se manchó con sangre la ropa y los cuadernos de muchos compañeros, y el patio y las aceras del edificio quedaron también con grandes manchas de sangre como testigos mudos de la carnicería desatada”, puntualiza la información.
Sobran los comentarios.
(El analfabeto Romualdo Tishudo, en alusión a los agresores, cita a Pío Baroja: -La civilización no suprime la barbarie; la perfecciona).