72 horas…


Hay que ser medio tarugo para pensar que en 72 horas los delegados de Zelaya y Micheletti se pondrán de acuerdo para superar la crisis en Honduras, porque está demostrado que las posiciones son irreconciliables. El presidente Zelaya exige su reinstalación en la Presidencia de ese paí­s centroamericano, y el presidente Micheletti dice que todo es negociable, menos ese retorno.


Por supuesto que puede avanzarse en algunos acuerdos que no tendrán ninguna importancia si no se llega a dilucidar lo principal, que es a quién le corresponde la Presidencia de la República. La comunidad internacional ha sido categórica y ahora la Unión Europea y Estados Unidos han endurecido el tono de su comunicación al exigir al gobierno provisorio de Honduras que permita la reinstalación del gobierno constitucional, pero la reacción hondureña no permite ver alguna salida porque a pesar de la presión mundial, a estas alturas llevan ya tres semanas operando con la más absoluta normalidad y hondureños que se comunican con los medios de comunicación dejan ver que están dispuestos a enfrentar el posible aislamiento de su paí­s.

Es más, creemos que en las circunstancias actuales hasta la delegación del señor Zelaya está pecando de ingenuidad al prorrogar el diálogo bajo los auspicios de Oscar Arias, porque ese diálogo está funcionando en beneficio de quienes detentan el poder en Honduras y en perjuicio de quien ha visto ya que tres semanas de su perí­odo presidencial se le esfuman en medio de las pláticas y vacilaciones generadas por la crisis.

Las partes tienen que prepararse para actuar como si ese compás de espera de 72 horas no se hubiera acordado porque está demostrado, en declaraciones de unos y otros a la Prensa mundial, que no existe el menor ánimo de resolver las cosas por la ví­a del diálogo. ¿Cuál será la actitud de cada uno de los dos «presidentes» luego de que termine ese plazo sin alcanzar nuevos acuerdos?

Difí­cil predecir el curso de los acontecimientos aunque, sin duda alguna, no se vienen dí­as fáciles para los hondureños porque aunque las encuestas indiquen que una mayorí­a de la población está a favor del nuevo orden surgido tras el golpe de Estado, es indudable que Zelaya tiene alguna base polí­tica importante como para crear un clima de inestabilidad que genere, tristemente, violencia entre los hondureños.

Pero no se puede vislumbrar una salida negociada por la enorme distancia de las posiciones entre Zelaya y Micheletti. Este último ha llegado a ofrecer como gran concesión su retiro de la Presidencia, pero a condición de que la misma no sea ocupada por Zelaya, lo que da una idea de la postura radical de las partes.