He llegado a la suma de 60 columnas en este nuevo intento por lograr, semanalmente, analizar un tema desde la perspectiva de la semiología de la vida cotidiana. 60 veces me he sentado ante la computadora con el interés del abordaje que permita el intercambio de una temática que parezca y resulte interesante. Desenhebrado con una mentalidad semiológica, que permita una visión distinta a la común.
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Lo he hecho con el interés de encontrar, en esa cotidianidad guatemalteca, un ejercicio por descubrir algo más que mensajes vacíos de un ritual que se convierte ya en semanal. Por ese carácter vivo que tienen las palabras, por ese chispazo que transfigura mi mente, mi pensamiento y conciencia en letras, palabras y oraciones; en tópicos y materias significantes para el que las lee: usted apreciado receptor. Algo de mi ser, algo muy profundo de mi esencia vital ha quedado impreso en ese juego de transcribir pensamientos y ha quedado vibrando, con fuerza, en una estética que ha transportado, que ha permitido una extensión de mi vida… trasladando emociones hasta su propia realidad. 60 columnas, se dicen fáciles. Han sido horas y horas, gratamente enamorado de los signos lingí¼ísticos, para lograr expresar mis tendencias. Martinet decía que el poeta, citado por Mounin, sólo tiene el derecho de no guardar para él sus connotaciones. Yo nací comunicador, por naturaleza. Creo que cuando vine al mundo, en lugar de simple pan, cargaba bajo el brazo un parlante y un micrófono -potentísimos ambos- (por que mi vida fue radiofónica durante 26 años) y una moderna máquina de escribir Royal que ya presagiaba a las computadoras de hoy, con todo y Word incorporado. Por eso, escribir, para mí, es una obligación desde siempre. Vengo escribiendo casi desde que aprendí a leer, como un ejercicio de inusitada efervescencia. Hace ya más de 25 años, tuve una columna en este mismo y generoso espacio vespertino, llamada E-M-R, con similares abordajes comunicativos, que lamentablemente no continué por razones inexplicables… hoy serían muchas, muchas más. Por eso, ahora que llego a 60 columnas de disciplinada hechura, agradezco profundamente a Oscar Clemente Marroquín, presidente de la Hora, su hospitalidad desinteresada. También, no quiero dejar por un lado, a mi gran maestro: Carlos Castilla del Pino, fallecido en mayo del año pasado en España, quien me enseñó lo terrible de la incomunicación entre los individuos neurotizados del siglo XX, quienes en ese afán de acumulación de riquezas materiales se olvidan de la auténtica y deliciosa comunicación interpersonal. 60 columnas semióticas bien valen la pena un ¡salú, pues!, por la verdadera comunicación humana… y feliz año 2010.