En el país de la rumba y la salsa el ballet parecía no tener lugar, pero este arte refinado y de élite se convirtió en una suerte de embajada itinerante de la revolución de Fidel Castro y orgullo de Cuba, que festeja esta semana el 60 aniversario de la compañía de danza.
La isla realiza un intenso programa de actividades para rendir homenaje al Ballet Nacional de Cuba (BNC), y sobre todo a su fundadora Alicia Alonso, quien a sus 87 años y a pesar de su ceguera parcial continúa dirigiéndolo.
«El Ballet Nacional de Cuba es una institución emblemática de la cultura cubana», afirmó el ministro de Cultura Abel Prieto en la apertura la noche del martes del Festival Internacional de Ballet, durante la que leyó una carta para Alicia Alonso del ex presidente Fidel Castro, de 82 años.
La historia del ballet cubano se confunde con Alicia Alonso, coreógrafa y bailarina que debido a una grave enfermedad comenzó a perder la vista a los 20 años y llegó al punto de ser guiada en el escenario por luces y voces de sus partenaires.
En 1948 fundó con Fernando Alonso, en ese entonces su esposo, la primera compañía profesional de Cuba, que devino en el BNC después del triunfo de la revolución de 1959.
«El ballet era antes para la élite de la sociedad cubana, particularmente de La Habana. Un pasatiempo de ricos. La revolución lo llevó al pueblo, en todo el país, al promover la apertura de escuelas y giras de las compañías», dice Magaly Díaz, del Comité Organizador del Festival, que cierra el 6 de noviembre y tiene presentaciones en la occidental Matanzas y en la oriental Las Tunas.
En su carta, Fidel Castro destacó que Alonso alcanzó «los más altos laureles antes del triunfo de la revolución». «Hoy el Ballet y otras muchas actividades del arte y la cultura se han masificado. Aquella fue como la mano de seda que despertó el genio dormido en el fondo del alma de nuestro pueblo», subrayó.
El ballet comenzó realmente a desarrollarse a inicios del siglo XX en Cuba gracias a la llegada de inmigrantes europeos, principalmente rusos, explica Raul Ochoa, conservador del Museo de la Danza de La Habana.
Alicia Alonso estudió en una escuela de danza de La Habana para muchachas de familias acomodadas, continuó su formación en Nueva York, principalmente con Alexandra Fedorova, y regresó a Cuba en 1953 para emprender su carrera.
En 1956, en la dictadura de Fulgencio Batista, la compañía de Alicia Alonso, bajo «sospecha de simpatías comunistas», había perdido «los pocos subsidios que recibía del Estado», relata Ochoa. «Batista quería que ella pusiera su arte al servicio de su régimen», aseguró.
Ochoa cuenta que Castro, tras derrotar a Batista con su ejército de guerrilleros barbudos, fue a golpear a la puerta de los Alonso para ofrecer el «apoyo de la revolución».
Y el «azar» hizo, según Ochoa, que poco tiempo después la revolución tuviera un aliado de peso en la antigua Unión Soviética, donde el ballet era toda una institución, y lo es aún en la Rusia post-soviética.
El ballet cubano se distingue, según los expertos, por cierta influencia afrocubana, pese a que sobre el escenario o en el público los negros o mulatos, que representan una buena parte de la población cubana, son pocos.
«Los negros prefieren la salsa», dice un espectador que asistió a la inauguración del Festival, a la cual asistió el presidente Raúl Castro.
Pero para María Fernández, una funcionaria del sector, «los cubanos aman la danza y la música. Aunque no todos comprendan el ballet, disfrutan ver moverse a los bailarines con tanta gracia».