55 años después


En mi columna de la semana pasada no se publicó la última lí­nea del párrafo cinco. Con ello, se alteró el sentido del texto original en el que hago referencia al Comité de Estudiantes Universitarios Centroamericanos (CEUCA), que es como recuerdo que se conocí­a en las postrimerí­as de la Revolución de 1944 al ala estudiantil universitaria del Partido Unificación Anticomunista (PUA).

Ricardo Rosales Román
rosalesroman.cgs@gmail.com

La oposición al gobierno llegó a tener el control de algunas de las asociaciones estudiantiles universitarias. En la de Derecho, el CEUCA tení­a a su cargo labores de preparación de las condiciones para la invasión mercenaria. Levantó listas en que se consignaban los nombres de «los comunistas más peligrosos».

En aquellos dí­as los servicios de inteligencia del gobierno interceptaron un correo a Honduras y que, entre otras cosas, llevaba una lista de «los comunistas más conocidos» de la Facultad. Entre ellos, estaba yo. La lista incluí­a a estudiantes que nada tení­an que ver con el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), pero eran respetados, destacados y prestigiosos por su adhesión e identificación con la Revolución. De inmediato, se supo quien la habí­a elaborado. Como estudiante, en nada destacaba, aunque sí­ se recibió de abogado.

Ya referí­ que a los militantes del Frente Universitario Democrático (FUD) y de la Alianza de la Juventud Democrática (AJD) se nos organizó para que formáramos parte de las Brigadas de Defensa de la Revolución. De la misma manera se organizaron los contingentes de obreros y sindicalistas afiliados a la Central General de Trabajadores de Guatemala (CGTG) y de los campesinos organizados en la Confederación Nacional Campesina (CNC).

No están en lo cierto quienes, a fuerza de repetirlo, acabaron creyendo que el Llamamiento a la Defensa de la Revolución no tuvo eco entre obreros, campesinos, jóvenes, estudiantes y mujeres guatemaltecas. Me consta que los destacamentos del FUD y de Alianza formábamos parte del primer contingente que debí­a irse, junto a los destacamentos obreros y campesinos, al frente de Chiquimula el miércoles antes de la renuncia del presidente Arbenz.

Ya dije también que se nos dio «adiestramiento militar» en la base de La Aurora. Durante los dí­as que se nos impartió me fue posible percibir, al menos, que algo no andaba bien. Aquel «adiestramiento» se limitó a un arme y desarme teórico que no nos permití­a familiarizarnos con el armamento a utilizar y, junto a ello, una práctica de desplazamiento en el terreno que a lo más que llegaba era a una repetitiva y constante orden de rodilla y pecho a tierra, arrastrarse entre matorrales y alambradas, y cuando sonaba la alarma de «ataque enemigo» tirarnos a las laderas del barranco con riesgo de caer en el rí­o de aguas negras que corrí­a al fondo. En ningún momento se nos dio práctica de tiro.

De lo que en aquel momento me di cuenta, fue que ya estaba en marcha la conspiración contra el presidente Arbenz. Dos factores influí­an en el comportamiento y actitud hacia nosotros por parte de quienes tuvieron a su cargo aquel sui géneris entrenamiento. Por un lado, la cúpula castrense anticomunista le temí­a armar y adiestrar al pueblo y, por el otro, por la manera como decí­an «instruirnos» lo que en realidad se proponí­an era desmoralizarnos y meternos desconfianza en nuestra capacidad y decisión de defender la revolución y derrotar a los mercenarios.

En aquellas circunstancias, la noche misma de la renuncia del presidente Arbenz, en mi comité de base a cada militante se nos asignó las tareas a cumplir a partir del 27 de junio de 1954. A mí­ me correspondió quedarme en el paí­s, pasar a la clandestinidad, e iniciar el trabajo de reconstrucción de la organización partidaria al lado de un compañero sastre y un compañero impresor. Más adelante, se consideró la posibilidad de inscribirme de nuevo en la Facultad de Derecho como en efecto lo hice en 1956.

Ya habrá tiempo para referir y describir, además, el cuadro real en el campo de batalla en el oriente del paí­s y lo determinante y decisivo que fue la traición de la cúpula militar contrarrevolucionaria y anticomunista en la decisión del presidente Arbenz de renunciar.

Después de 55 años es cuando más pesan las imprevisiones de entonces y lo que de ellas se haya asimilado y aprendido no ha sido suficiente para incurrir en otras que no han permitido avanzar en la lucha por la profundización de los cambios iniciados con aquella gloriosa gesta cí­vico militar revolucionaria de 1944.

Entre tanto y amenazadoramente el neoemelenismo retoma posiciones.