3:00 A.M.


Ma. Alejandra Méndez Salazar

Estudiante de Ciencias de la Comunicación

de la Universidad Rafael Landí­var

¡Bum! Otra vez despierto, abro mis ojos, el aire se siente tan pesado que cuesta respirarlo. No necesito ver la hora, ya sé cual es. Enciendo la luz, los vellos de mi cuerpo empiezan a erizarse, incluso unos que no sabia que existí­an. Todo está tan callado y los latidos de mi corazón se escuchan como un tambor, el calor invade mi cuerpo tan rápido que mi frente empieza a sudar. Quiero levantarme pero el miedo no me deja, mi mente no se decide si dejar los ojos abiertos o cerrados, ya que de las dos formas siento miedo, miedo de no ver nada y miedo de ver algo, al final los dejo abiertos ya que no puedo dejar de vigilar mi entorno, no puedo dejar de ver cada objeto de la habitación que a la luz del dí­a es inofensiva, pero que ahora se han convertido en un público escalofriante que me observa, cada ruido por más callado que sea me hace saltar del miedo.


Desesperadamente empiezo a rezar el padre nuestro, cuando termino lo vuelvo a empezar una y otra vez hasta que mis ojos ya cansados se empiezan a cerrar por el sueño, empiezo a dar vueltas y dejo la luz encendida, estoy soñando que voy corriendo pero me tropiezo con una piedra y esta me hace caer, esto me despierta haciéndome saltar en la cama luego un escalofrió invade mi espalda y rápidamente me doy la vuelta, la luz empieza a encenderse y apagarse una y otra vez, empiezo a sudar cada vez más, mí­ cuerpo demuestra su miedo empezando a temblar, mí­ corazón está cerca de explotar por sus latidos acelerados al máximo, aunque quiero evitarlo las sabanas de mí­ cama jaladas por una misteriosa fuerza se van cayendo al piso una a una, el payaso de peluche que está sobre un gabinete empieza a flotar, casi me orino del susto, quiero salir corriendo pero el cuerpo me lo impide. De repente el payaso cae al piso, la tensión del aire se va y queda respirable, la habitación ya no está tenebrosa y me doy cuenta de que ya son las 4.

Me levanto de la cama a recoger mis sabanas, el payaso de peluche que hace unos momentos casi me mata del susto está tirado, lo agarro, salgo de mi habitación, bajo las gradas y me dirijo al basurero, lo tiro sin compasión, no sin antes haberle abierto un par de hoyos a su cuerpo de tela. Finalmente llego a mi habitación ya recuperada del susto, me acuesto y me tapo con las sabanas y finjo no saber que era, finjo que es la primera vez, finjo tener sueño, finjo tranquilidad, finjo no haber jugado nunca el juego prohibido, finjo tener paz pues algún dí­a se ira y seguiré fingiendo que nada paso.

Las almas siempre buscan sus complementos

Marí­a Fernanda Lucero

Estudiante de Ciencias de la Comunicación

Universidad Rafael Landí­var

Son las 9:40, tengo sueño, estoy cansada, me quiero ir a casa y quiero dejar de oir la voz de mi profesor que intenta hacer entrar en mi cabeza el seno y el coseno, la gráfica, la media….¿quién se inventó esas palabras? ¿Por qué yo lo tengo que aprender? ¿por qué mi profesor parece estar embebido hablando del tema?… veo todos los apuntes de la pizarra pensando que parecen nubes borrosas que a la vez me hacen pensar que 20 minutos es demasiado para el sueño y el hambre que tengo, hasta los números tienen hambre ya. ¡Quiero salir a recreo!. Debo ver si voy al baño y relajo mi mente por lo menos por cinco minutos, o si mejor voy corriendo a la enfermerí­a por «dolor de cabeza» y de tropiezo paso a la tienda por unos Sabrocitos y un agua. Pero ¡No! Ahora son las 9:50 y ya pasé diez minutos pesando en tonterí­as, debo poner atención porque la próxima semana serán los exámenes y de lo contrario no lograré buena calificación.

Estaba a punto de sentarme bien para poder entrar en el mundo matemático, cuando de repente? algo sucedió y olvidé por completo mi aburrimiento, cómo me iba a imaginar que sucederí­a algo así­, parecí­a casi imposible y sobre natural.

En algún momento creí­ que podí­a ser el aire o simplemente coincidencia, pero vi a mi alrededor y mis compañeras estaban tan impactadas como yo. Sólo mi profesor insistí­a con la lección, el no habí­a visto nada. ¿Será que todas alucinamos? Cómo es que una ráfaga de viento entró por la puerta principal del aula y abrió en un instante las puertas de conexión con las clases vecinas, algunos cuadernos cayeron al suelo y los yesos de la pizarra cayeron sobre la tarima del aula. Cómo es que la tapa del escritorio vací­o pudo abrirse y somatarse con gran intensidad. Estábamos tan sorprendidas que desviamos nuestra atención hacia el escritorio, una estrella de tiza de yeso se dibujaba sobre la mesa y a lo lejos podí­amos oí­r la canción de «estrellita». No sabí­a si querí­a llorar, correr o seguir viendo, pero todas optamos por ver qué sucedí­a, de repente un grito arruinó todo?. ¡Niñas? qué está pasando! ¿Por qué abrieron las puertas vecinas? Y rápidamente el profesor que de cariño llamábamos «Gordi» (sin que el lo supiera) ordenó que nos sentáramos bien y que pusiéramos atención recalcando que eran las 9:50 y que faltaban diez minutos para salir a recreo. Cuando el dijo la hora yo me impacté, me di cuenta de que el tiempo no habí­a pasado y que en realidad el tiempo en el que sucedió lo que vimos fue como de un segundo.

Todas nos quedamos con la inquietud de lo que habí­a sucedido y a la hora de recreo hicimos la tí­pica reunión en la que nos juntábamos a platicar sobre todo y sobre todos, pero esta vez hablamos sólo de lo vimos.

Luego lo dejamos en el olvido y cada quien decidió dedicarse a lo que se tení­a que hacer que en esta caso era comer y terminar tareas necesarias para los perí­odos que vení­an después de recreo.

Al fin llegó la hora de salida y ese dí­a debí­amos quedarnos a entrega de notas que serí­a a partir de las cinco de la tarde, pero debí­amos estar allí­ esperando a que llegaran nuestros papás para la entrevista con el maestro. Ese mismo dí­a nos dieron las nueve de la noche esperando a nuestros papás, y como es de esperar platicamos sobre lo sucedido, como era de noche nos dio miedo y todas estábamos muy temerosas, hablando de lo que habí­a pasado como que si fuera un pecado mencionar que podrí­a haber sido un espí­ritu. En eso llegó un maestro muy querido por nosotros y decidimos contarle. El se quedó asombrado y nos contó una historia sobre un niño que habí­a muerto dentro del colegio a causa de que se habí­a tragado un dulce y se habí­a asfixiado, según nos dijo el profesor era un niño muy bueno y deplano estaba presente en nuestra clase por ser futuras maestras de niños pequeños.

En ese instante recordé que el momento en que se presentó en la clase no sentí­ ningún temor y que por esa razón probablemente el niño estarí­a buscando personas que lo lograran entender como niño

Al dí­a siguiente como estábamos tan conmovidas y curiosas no hablábamos de otra cosa que no fuera sobre el niño que misteriosamente habí­a muerto en el colegio. Todas dejamos de tener miedo cuando se abrí­an puertas, se encendí­a el radio, se moví­an cosas o de repente se escuchaba algo extraño.

Pero no todas querí­amos al niño que luego de mucho tiempo resultó llamándose «Chico» habí­a una compañera que realmente no creí­a en él y pensaba que nosotras inventábamos con nuestra conciencia e imaginación todo lo que sucedí­a. Pero no pasó mucho tiempo para que «Chico» el niño fantasma de la promoción 43, le demostrara a Miriam que si existí­a y que estaba con nostras para mantenernos unidas y ayudarnos a no perder el corazón de niño.

Chico nos pasaba moviendo la falda, jalando el pelo, o simplemente sentí­amos en la mejí­a un rose breve de sus labios. Lo ayudamos mucho y el nos ayudó a siempre creer que el ser de niño que se lleva dentro es importantí­simo para ser maestra virtuosa. No lo olvidamos nunca, siempre tiene un lugar en nuestro corazón y en nuestra clase, porque siempre que cambiamos de año, hay un escritorio extra en el aula y ese siempre es? el escritorio de nuestro niño, Chico.

Yo no soy loco? mi realidad es diferente a la de ustedes

Alexis Alvarado Melgar

Estudiante de Ciencias de la Comunicación

De la Universidad Rafael Landí­var

Cada uno de nosotros es una persona completamente diferente, por lo tanto a mi forma de pensar, cada uno de nosotros es un mundo y entre mundos pueden existir muchas discrepancias, y puede que usted en este momento no esté de acuerdo con lo que ha leí­do de esta historia hasta ahora. Pero ese no es el punto, ésta es la historia de Sergio, un joven que tiempo atrás, cuando aún era pequeño, sufrió un accidente el dí­a de Navidad cuando acababa de recibir sus primeros patines, y como cualquier otro niño, decidió probarlos, sin saber que eso cambiarí­a su forma de ver la vida para siempre.

Ese dí­a eran 30 minutos pasados de la medianoche, la familia disfrutaba de la tí­pica cena familiar navideña, cuando de repente en uno de los pasillos se oyó un fuerte sonido acompañado de un grito y después un inquietante silencio. Todos corrieron hacia el pasillo para ver que habí­a pasado y para su sorpresa encontraron a Sergio tirado en el piso, con un golpe en la cabeza? golpe que le cambio la vida, ya que habí­a quedado «loco» como muchos le decí­an.

Después de esta situación, Sergio pasó la mayorí­a del tiempo de hospital en hospital, en todos tratando de encontrar una cura, para un problema que no lo tení­a. Poco a poco en su interior, Sergio se dio cuenta que habí­a algo diferente en él, todos lo miraban extraño y algunas veces lo trataban de una manera excesivamente especial. Esto le resultaba, al principio, grato, hasta que llegó a sus años adolescentes cuando veí­a que todos sus demás compañeros, iban a fiestas, se vestí­an a la moda, utilizaban una especie de tubo blanco para sacar humo de sus bocas, hablaban horas y horas por medio de ese pequeño cuadro que poní­an en sus orejas. Todo era muy diferente al mundo de él.

Un dí­a al analizar la situación, se dio cuenta que sus compañeros iban a fiestas a emborracharse para llegar desvelados al dí­a siguiente de clases y no rendir igual, se vestí­an a la moda y a la vez gastaban cantidades exageradas de dinero en ello para que al final todo mundo los criticara, se enteró que aquel tubo para sacar humo de sus bocas más tarde podrí­a causarles la muerte y hablaban horas y horas por medio de un pequeño cuadro que cada vez se hacia más y más pequeño para que en realidad a nadie le importara.

Fue en este momento cuando Sergio dio gracias a Dios por su vida y valoró que aunque su realidad fuera muy diferente a la de los demás, el era mucho más feliz que la mayorí­a de las otras personas que se hací­an llamar «cuerdas».