1-Ballena o sirena 2- Hombre o mujer


Romualdo me hizo la campaña de escoger dos mensajes electrónicos enviados por una amiga mutua, en reivindicación y reconocimiento del rol de la mujer, muchas veces ví­ctima de chistes crueles que circulan por el ciberespacio.

Eduardo Villatoro

1-La animosa lectora, cuyo nombre omito, envió un e-mail a propósito del estereotipo de la belleza de la mujer, que necesariamente tiene que ser tan flaca como una I mayúscula, para ser preciosa. Esta es la historia.

Hace poco tiempo vio en las calles de Sao Paulo un afiche de una de las cadenas de gimnasios más renombradas de Brasil, con la fotografí­a de una chica escultural y esta frase: «Este verano ¿qué quieres ser: sirena o ballena?».

Una mujer con alta estima y cuyas caracterí­sticas fí­sicas se intuyen envió este e-mail a esa empresa:

Las ballenas están siempre rodeadas de amigos. Tienen una vida sexual activa, se embarazan y tienen ballenitas de las más tiernas. Las ballenas amamantan. Son amigas de los delfines y se la pasan comiendo camarones.

También juegan constantemente en el agua y surcan los mares, nadando placenteramente. Conocen lugares hermosos, como los hielos de la Antártida y los arrecifes de coral de la Polinesia. Las ballenas cantan muy bien y casi no tienen predadores naturales. Llevan una vida resuelta, son lindas y amadas por todos.

Las sirenas no existen. Pero si acaso existiesen vivirí­an permanentemente en crisis existencial, preguntándose: «Â¿Soy un pez o soy un ser humano?» No tienen hijos, puesto que matan a los hombres que se encantan con su belleza. Son bonitas, pero tristes y solitarias. Además, ¿quién quiere acercarse a una mujer que huele a pescado frito y que no tiene hoyito como salvavidas?

Estimado gerente: prefiero ser jubilosa ballena.

2-Cierto sujeto de nombre René, estaba cansado y fastidiado de tener que ir a trabajar todos los dí­as y que su mujer se quedara en casa. Deseaba que ella experimentara lo que el marido enfrenta cotidianamente en sus actividades laborales. Pensó que sólo Dios podrí­a atender su anhelo. Se hincó y oró. «Señor: Yo voy a trabajar cada dí­a, durante 8 horas diarias, mientras mi esposa se queda tranquilamente en casa. Quiero que ella sepa lo que tengo que pasar todos los dí­as, y por eso te ruego que cambiemos de cuerpo por 24 horas. Gracias y amén».

El Todopoderoso, en su infinita sabidurí­a, accedió a la súplica de René. A la mañana siguiente se despertó con cuerpo de mujer. Se levantó, hizo el desayuno para su cónyuge y sus hijos, despertó a los niños, sacó la ropa de ellos para ir el colegio, les dio de comer, les preparó su refacción, los llevó a la parada del bus, volvió a casa, recogió la ropa sucia botada por su familia y la metió en la lavadora.

Fue al súper, para comprar ví­veres y en el camino aprovechó para cambiar un cheque. Retornó, a casa, guardó los ví­veres en la alacena y la refri. Limpió la caseta del gato, baño al perro. Antes, habí­a tendido las camas. Luego, barrió y trapeó de prisa, sacudió el polvo de los muebles? y salió volando a recoger a los chicos en la misma parada del autobús.

Preparó el almuerzo de sus hijos y de ella. Tomaron sus alimentos y los instruyó para que hicieran sus deberes. Se dispuso a planchar enfrente de la televisión, para ver de reojo su programa favorito. A las 4 y media de la tarde empezó a pelar las papas, lavó las verduras para la ensalada, adobó la carne y preparó el arroz, todo para adelantar el almuerzo del dí­a siguiente.

Luego, puso a hervir los frijoles, hizo plátanos fritos, preparó el café, arregló la mesa del comedor y cuando llegó el cónyuge preguntando si ya estaba lista la cena, llamó a los niños para se sentaran, cocinó huevos revueltos con tomate, cebolla y salchichas y todos comieron satisfechos.

Después de la cena, limpió la cocina, lavó los platos sucios, sacó la ropa de la lavadora y la tendió a secar. Bañó a los niños y los acostó, previa una breve oración. A las 9 de la noche estaba exhausto(a), aunque no habí­a terminado aún sus quehaceres, pero se fue a la cama donde su pareja esperaba para hacer el amor, sin mucho entusiasmo.

A la mañana siguiente se despertó e inmediatamente se arrodilló al lado de la cama. «Señor: yo no sé en qué estaba pensando. Estaba muy equivocado al envidiar a mi esposa porque puede quedarse en casa todo el dí­a. Por favor, Padre mí­o, vuélvenos a cambiar. Te lo pido en el nombre de Jesús».

El Altí­simo, en su inconmensurable sabidurí­a, replicó: «Hijo mí­o, creo que has aprendido la lección, y gustosamente volveré las cosas como estaban antes; sin embargo? mmm? mmm? vas a tener que esperar unos 9 meses porque anoche quedaste embarazado».